Letras líquidas
«Irrational power»
En esta espiral de irracionalidades, dentro de poco podríamos estar refiriéndonos oficialmente al «irrational power»
Ahora que anda el mundo revuelto, que las alianzas tradicionales se resquebrajan y que la confianza y la certidumbre internacionales parecen reliquias de otros tiempos, se aprecia el valor de la diplomacia. El respeto por formas consensuadas y códigos que, más allá de su relevancia estética, dotan a las relaciones entre países de la solidez necesaria para demostrar que, como sujeto colectivo, dejamos atrás las cavernas ya hace siglos. Aunque, más bien, la civilización de hoy, la de 2025, representa una extraña conjunción entre pasado y presente. Dos épocas que se conectan como si algunos de los mandatarios se dirigieran hacia atrás: maneras expansionistas en lo territorial y aislacionistas en lo económico proyectan un siglo XXI inspirado en recetas caducas del XIX. Trump y Putin están conjurados en ello.
Y, entre ambos, el resto de los líderes mundiales asiste a los movimientos tácticos de dos decimonónicos de manual instalados fuera de la era que se empeñan en protagonizar. A ver cómo explica esta querencia por lo pretérito la ciencia política, que siempre resulta una buena guía para entender lo que nos rodea. Por ejemplo, en una académica versión del «guante de seda en mano de hierro», el politólogo de Harvard Joseph Nye acuñó en los 90 el término «soft power» (poder blando o suave) para referirse a la habilidad o la capacidad de un país con la que persuadir a otros sin imponerse por la fuerza ni recurrir al «hard power» (poder duro), cuyas terribles consecuencias son más que conocidas a lo largo de la historia de la humanidad. La gastronomía y la cultura son dos de los ejemplos clásicos de mecanismos para desplegar poderío superadas las fronteras propias, basta pensar en la sutileza del cine o las series extendiéndose en plataformas de sociedades hiperconectadas. La ayuda humanitaria también lo es, qué mejor manera de acercarse al otro que mostrándose generoso y solidario. Ese «soft power» ha sido durante décadas uno de los grandes baluartes de la hegemonía de EE UU.
Y, como parte del avance natural de las relaciones internacionales, a comienzos de este siglo se empezó a recurrir al concepto del «smart power» (el poder inteligente) como la combinación de ambos, el duro y el suave, en un interesante ejercicio de equilibrismo diplomático. Ahora, en cambio, emerge un nuevo estilo marcado por la guerra de los aranceles, «la guerra comercial más tonta de la historia», según el «Wall Street Journal», y se me ocurre que, en esta espiral de irracionalidades, dentro de poco podríamos estar refiriéndonos oficialmente al «irrational power».