
El bisturí
Luces y sombras del ascenso de Salvador Illa
La experiencia de gobierno en Cataluña de un tripartito como el actual fue terrorífica
La llegada de Salvador Illa a la presidencia de la Generalitat va a abrir, sin lugar a dudas, una nueva etapa en Cataluña. Las huestes monclovitas, sus satélites mediáticos, numerosos ciudadanos bienintencionados y más de un empresario de renombre quieren ver en el giro de los acontecimientos la oportunidad perfecta para que, de una vez por todas, la comunidad haga tabula rasa, entierre las ascuas del independentismo más recalcitrante y se sumerja en un periodo de estabilidad que ponga fin a la tensa era de incertidumbre que se ha vivido hasta ahora. No olvide nadie que en estos últimos años, la siempre próspera, innovadora y pujante Cataluña ha sucumbido ante el fuerte empuje de Madrid, cuyo PIB es ya el más elevado de toda España. El saldo de estos años en términos de riqueza, delincuencia e inseguridad jurídica no puede ser más desolador y los electores así lo entendieron en las urnas.
Desde este punto de vista, la llegada de Illa, con apariencia de hombre serio y riguroso, y del PSC, un partido a priori nada separatista, constituyen el aval perfecto para un cambio tan deseado como ilusionante, el auténtico clavo en el ataúd del fatídico «procés». El franco deseo de que esta esperanza se cumpla no debe, sin embargo, emborronar los análisis rigurosos sobre lo que puede suceder en Cataluña, y los signos no son precisamente tranquilizadores. Uno de ellos es el relativo a la génesis del nuevo Gobierno autonómico, que está en manos de los socialistas catalanes, sí, pero en franca dependencia de ERC, de quien dependerá a la postre su rumbo y devenir. No hay que olvidar tampoco la franca dependencia de Sánchez en Moncloa con respecto a Junts. No es descabellado pensar que sea el partido de Puigdemont el que, a pesar de sus idas y venidas, y aspavientos, termine moviendo los hilos de Cataluña ejerciendo para ello el oportuno chantaje para que el presidente español siga o no al frente del Gobierno de la nación. ¿Quién va a mandar realmente entonces en la Generalitat, Illa o los independentistas de ERC o de Junts? El reciente acuerdo para una financiación singular para esta región nos da pistas de por dónde pueden ir los tiros, al igual que la esperpéntica visita relámpago a España del expresident. Otro signo desalentador procede de las enseñanzas del pasado. La experiencia de gobierno en Cataluña de un tripartito como el actual fue terrorífica para la comunidad. Muchos atribuyen a la gestión nefasta del Ejecutivo de Montilla la práctica situación de quiebra económica en la que quedó Cataluña, y el auge y posterior radicalización de un independentismo que encontró en el empobrecimiento de la población su perfecto caldo de cultivo. Ojalá la historia no sea cíclica en este terreno, porque las consecuencias fueron fatídicas, como todavía puede apreciarse. El último signo inquietante radica en el propio Illa, un político con mucha mejor imagen que bagaje gestor. Recuerden que durante un año el filósofo catalán fue quien llevó las riendas de la pandemia en calidad de ministro de Sanidad, y el suspenso fue rotundo Durante ese tiempo, las medidas de protección emanadas de Salud Pública llegaron siempre tarde, el hoy president catalán apoyó sus decisiones en un comité de expertos inexistente, la sospecha de compras irregulares de materiales se extendió por todo su departamento y España lideró las estadísticas negativas de la covid a nivel mundial, desaguisado que logró revertir en parte Carolina Darias. Esperemos, por el bien de Cataluña, que aquello fuera un accidente.
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