Con su permiso
Malquerencia
Le toca a Feijóo aprovechar el inesperado presente, hacerse cargo de la exhibición de insolvencia de esta extrema derecha española, tan descriteriada y miope
A Delia le parece que los del PP y los de Vox siempre se han tenido malquerencia. O sea, no solo han convivido como matrimonio interesado en bienestar y poder propios sin tenerse afecto ni proyectos comunes de viaje de largo recorrido, sino que además recelaban y hasta se tenían gato, como dice su amigo Sebastián. Estaban políticamente encamados unos para gobernar y los otros para ir medrando a costa de hacerse fuertes en las instituciones. Aunque no creyeran en ellas. Porque hay que ver con qué ligereza se abrazaban los de Vox a los poderes de la España autonómica que en sus programas rechazaban. España una, sí, pero si la otra, la autonómica que aborrezco, me permite pillar cacho, pues se hace, y tan contentos. Aunque deslinde lo que digo de lo que hago, ¿a quién le importa eso en estos tiempos?
Se pregunta Delia si en el Partido Popular son conscientes del regalo que la desmañada obstinación del líder Abascal les ha hecho con ese indignado portazo de los lepenistas patrios a los pactos autonómicos (que no municipales, no vayan a perderlo todo). A ella le parece tan torpe el desabrido portazo como se le antojó lo de abrirles los gobiernos autonómicos por parte del PP antes de las elecciones de hace un año. Aquello influyó en que los populares no alcanzaran la esperada mayoría de gobierno. Se argumentó, y aún se hace, que en aquel momento apoyarse en Vox era la única forma de alcanzar gobiernos autonómicos y sacar de ellos al PSOE. Y así se hizo. Pero lastró la llegada al gobierno central y, sobre todo, estableció una alianza tóxica que reforzó las posiciones de la izquierda alimentando su argumentario. Delia es de las que piensa que mejor solo que mal acompañado y que si en su día el Partido Popular no se hubiera echado en brazos de Vox, y hubiera invertido en recentrar la marca y apropiarse de los votos perdidos con la muerte de Ciudadanos, mejor nos hubiera ido a todos. Habría tenido que tirar de Vox para gobernar. Seguro, pero ¿era necesario aliarse en coaliciones venenosas? ¿No habrían sido posibles acuerdos puntuales con ellos o con otras fuerzas políticas? ¿No sería la marca PP hoy más homologable a sus correligionarios europeos sin haber matrimoniado con una extrema derecha aún más cerril que la de Italia y acaso también que la de Francia? Delia está segura de que separados de Vox y decididos a conquistar ese centro político sumido en el agujero negro de la caída de Ciudadanos y el desdén de los socialistas, a los populares les hubiera sido mucho más rentable la decadencia del socialismo entregado a los nacionalistas. La hubieran podido aprovechar mejor.
Por eso lo de ahora es un regalo.
Porque es una oportunidad. Como todas las crisis, esta de aliados de conveniencia es riesgo y es ocasión. Pero ésta se presenta con perfiles más nítidos y prometedores que el primero. No ha sido Feijóo quien ha dado el golpe en la mesa, porque han sido los otros los que se han ido de un portazo y echando pestes, carentes de cintura e incapaces de leer más allá de sus propias bravuconadas. Pero el camino se lo han abierto. Se pregunta Delia si de verdad en Vox han sido tan primarios como parece, si creían que el Partido Popular se iba a dejar arrastrar por ellos también en la cuestión de los menores inmigrantes, tema delicado, nada sencillo, que Vox entiende malamente y a brochazos. Verdad es que lo de la inmigración no lo tienen muy claro en Génova, a la vista del puñado de salidas de tono que en alguna ocasión electoral ha tenido Feijóo, pero también que han aprendido que en ese territorio mejor es la prudencia que el desafuero y más renta buscar diálogo, o al menos proponerlo, que andar dando portazos.
Delia no observa una especial desazón, y apenas incomodidad en los gobiernos autonómicos donde estaba Vox. Ya sea porque se remodelan y punto, como ha hecho Valencia, o porque los consejeros de extrema derecha deciden que pesa más la moqueta que la disciplina partidaria (a la cual, por lo demás, no tienen hábito), como ha sucedido en Extremadura, el caso es que parece que no todos en Vox lo tienen tan claro y que los heridos estarán más bien en el bando de quienes echaron el órdago. Sonríe Delia al considerar que en los últimos tiempos, la política se ha llenado de órdagos fallidos, de esos que te quieren y te dejan limpio, como en los faroles del póker que te ven. Le acaba de pasar a Macron, como al primer ministro británico Sunak, o al Aragonés catalán. Y a punto estuvo de pasarle también a Sánchez si no se hubiera precipitado el PP en sus acuerdos autonómicos con Vox el año pasado.
Ahora le toca a Feijóo aprovechar el inesperado presente, hacerse cargo de la inmensa exhibición de insolvencia de esta extrema derecha española, tan descriteriada y miope, tan escasamente homologable con Europa, y ampliar su espacio hacia el centro, libre de cargas y amistades peligrosas.
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