Los puntos sobre las íes
No más Montoradas, por favor
Lo que funciona no se toca. Y la racionalidad tributaria del PP siempre funcionó
Aznar y Esperanza Aguirre continúan ganando batallas después de su muerte política. ¿Cómo, si no, se explica que 19 años después de que el uno abandonara Moncloa y 11 más tarde de que la segunda dejara de ser presidenta autonómica, ambos por voluntad propia, su doctrina fiscal continúe más viva que nunca? La prueba del nueve es que los alivios tributarios que pusieron a Madrid en órbita perviven, perfeccionados, en el reino de Isabel Díaz Ayuso. La maravillosa forma de gestionar los recursos públicos que ambos implementaron son el espejo en el que se miran todos los gerifaltes del PP, no así un Rajoy que se vio obligado a disparar los impuestos en 2012 por culpa del descomunal agujero que le había legado el tahúr Zapatero. Por no hablar de ese Cristóbal Montoro que perpetró el más indisimulado y despiadado terrorismo fiscal. La fórmula Aznar, el cóctel Aguirre, fueron imitados primero por una Ayuso que ha ido a la cabeza de todos los movimientos tectónicos de la política española y, sobre todo y por encima de todo, de esa guerra cultural que muy pocos se atreven a dar. El siguiente en seguir la estela fue Juanma Moreno, el tipo que ha transformado una Andalucía antaño a la cola en empleo y en PIB en la number 1 ex aequo con Madrid en generación de puestos de trabajo y creación de riqueza. La primera medida que va a tomar el president valenciano Carlos Mazón no va a ser otra que la eliminación del Impuesto a los Muertos, eufemísticamente denominado de Sucesiones, el de Donaciones y el de Patrimonio, amén de un bajonazo a un tramo autonómico, el del IRPF, que en la Comunidad Valenciana es a día de hoy el más caro de largo. La balear Prohens va a hacer tres cuartos de lo mismo y no se espera menos de Jorge Azcón. La gran incógnita es si cumplirá su promesa una María Guardiola con alma indiscutiblemente socialdemócrata. El castellanoleonés Mañueco y el gallego Rueda están en las mismas, si bien es cierto que con más empeño el primero que el segundo. En el Ministerio de Hacienda postsanchista vamos a contar con uno de los especímenes más brillantes de la res publica patria: Juan Bravo, un inspector de Hacienda con nombre de resonancias comuneras. Uno de los contadísimos políticos de los que se puede sostener, sin temor a sucumbir a la hipérbole, que le cabe el Estado en la cabeza. Pero llama la atención que en esa saludable causa general que es la derogación del sanchismo no figure la eliminación de esa barbaridad chavista que es el impuestazo a la banca y a las energéticas, no sé si por convicción o tal vez por el efecto espantapájaros que generaría incluirlo en el contrato electoral. Espero, confío y deseo que supriman de un plumazo la tasa Tobin e incluso la Google: la primera encarece notablemente cualquier operación financiera y la segunda la acabamos apoquinando todo quisqui. Cruzo los dedos para que devuelvan al bolsillo de los ciudadanos, donde mejor está el dinero, otras 38 figuras impositivas que han disparado en este lustro para olvidar. Y para que el justo recorte del IRPF a las rentas inferiores a 40.000 se amplíe sensatamente a todas las demás y para que el que grava las rentas del capital regrese a ese 23% anterior a Sánchez o, por qué no, al 15% del aznarismo. No nos falles, Juan (Bravo). Y recuerda que lo que funciona, no se toca. Y la racionalidad tributaria del PP siempre funcionó. Vaya si funcionó. Por los clavos de Cristo, no te hagas un Montoro.
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