Tribuna

Más que un partido, tiene un club de fans

Mucho se ha escrito sobre si ser guapo o atractivo es un reclamo en política. No es un requisito. Pero suma

Más que un partido, tiene un club de fans
Más que un partido, tiene un club de fansBarrio

No solo es un tipo apuesto. De sonrisa pícara. Vigoroso. Bien fornido, cuerpo de deportista labrado en las canchas de básquet. Va más allá. Es puro sex appeal. Lo que lo convierte en objeto de deseo de mujeres y hombres que lo piropean sin rubor. Es irresistible, está para comérselo. O eso confiesan sus condiscípulos.

Se maneja como un ídolo del pop y sus adeptos no tienen vergüenza alguna de mostrarse en público como fans incondicionales. De jalearlo, de gritar al viento su nombre ante propios y extraños. El último diputado en sacarnos los colores ha sido el socialista Juanjo Marcano en territorio de la seductora diva del PP, la Emperadora Ayuso, la mujer que sólo bajando el pulgar pudo destronar a su mismísimo jefe de filas. Y a ciencia cierta, también la única mujer que un impreciso día de un calendario indeterminado podría ser la primera presidenta de España. Los de Pedro cuentan con muchas ministras pero hoy por hoy ninguna apunta a tan majestuosas lides. La izquierda alaba a la mujer que en la derecha un día manda como mandó la Dama de Hierro según el nomenclátor que inventaron los soviéticos.

Marcano se marcó una inesperada retahíla de piropos con ese sensual acento venezolano. Y con ello presentó sus credenciales para presidir el Club de Fans. Ni Boris Izaguirre lo hubiera hecho mejor. Lisonjas azuzadas con alguna grosería como cuando el diputado zanjó sus reproches al PP –porque de eso iba la intervención– asegurando que todo era «envidia pura y dura». Ante los aplausos entusiastas de sus compañeros de bancada se vino arriba y remató la faena apelando al físico del presidente español y líder del PSOE. Lo que como valor político cotiza al alza.

«Con lo bueno que está el presidente del Gobierno no me extraña que sientan esta envidia tan asquerosa». Sobre gustos no hay nada escrito y cierto que en su parecer sobre el apuesto Pedro Sánchez no está solo. Podría haber omitido el adjetivo o usado otro como «cochina» que suena más familiar y menos hiriente. Pero recurrió a lo más soez. Claro que a menudo los decibelios en la Asamblea de Madrid van parejos al nivel intelectual que exhiben algunos oradores en sus intervenciones.

Pedro Sánchez ya es un icono cosificado para buena parte de su parroquia más entregada. Al punto que es objeto de culto por sus subordinados más apasionados como si se tratara de la escultura de un dios griego en el Partenón. El tuteo, como hablan de él y pronuncian su nombre, es de una proximidad que casa poco con lo institucional. Es un trato sin protocolo alguno, entre frívolo y desenfadado. Aunque es cercano y adorablemente meloso y azucarado.

Me viene a la memoria aquel chillido de Penélope Cruz cuando Almodóvar ganó su primer Oscar allá por el cambiante de siglo y de milenio. Desde el atril, jubilosa, Penélope gritó «¡Pedroooooooooooo!» mientras celebraba desinhibida el reconocimiento al cineasta manchego por «Todo sobre mi madre» junto a Antonio Banderas. Otro tío bueno, se supone. A los feos no se les espera. Penélope ejerció de heroína de la Odisea. Tras una larga espera –el Oscar a Almodóvar se hizo de rogar– estalló y toda esa intensa espera en pos del reconocimiento al maestro director manchego cristalizó en aquel entusiasta grito que ha pasado a la posteridad.

No es cuestión de poner en duda el atractivo físico de Pedro Sánchez. Lo cual es un tema recurrente. En su viaje a Estados Unidos en 2021 algunos televidentes, tras una breve entrevista en la cadena MSNBC, dejaron comentarios del tipo «He is hot» o sea «está bueno». O «Is like the hispanic version of John F. Kennedy», el presidente demócrata que mantuvo un romance con la glamurosa Marilyn Monroe y que fue asesinado de tres certeros tiros de fusil en Dallas (Texas). O sea que Pedro Sánchez viene a ser el prototipo de macho hispánico ancestral. Sólo que en versión progre.

Mucho se ha escrito sobre si ser guapo o atractivo es un reclamo en política. No es un requisito. Pero suma. A Felipe González le lanzaban lencería femenina –hoy también sería masculina– y le pedían hijos –eso hoy seguiría siendo igual de complicado–. Como al torero Jesulín, que para algunas mujeres tenía un atractivo arrebatador.

Recurrir al físico no es nada nuevo. Lo que sí es más nuevo –aunque acorde con los tiempos que vivimos– son estas manifestaciones sexuales de apoyo en las cámaras de representantes de la voluntad popular que convierten los debates parlamentarios en un espectáculo que sin ser sórdido tiene mucho de frívolo. Acentuar la pose por encima de lo sustancial puede ser una divertida vía de escape. Pero ayuda poco a recuperar el prestigio de una política ya tocada de por sí. Y aunque ya no viene de una, ahondar en esta senda sólo contribuye a banalizarla.