A pesar del...

Mazarino y la mentira en política

Ilustró la acción política con dos cánones que no han perdido actualidad: simula y disimula

Distorsionando a Aristóteles cuando debería haber recurrido a Platón o más bien a Licurgo, el general Perón dijo que la ética culminaba en la política, porque el bien supremo no se realiza en la vida individual sino en el Estado. Sospecho que sucede lo contrario, y que es precisamente en la colectivización inherente a la política donde la ética tiende a ser quebrantada.

La diplomacia y la política exterior son ámbitos en donde Adam Smith señaló que «las leyes de la justicia rara vez son observadas… El hombre que en todas las transacciones privadas sería el más amado y apreciado, en esas transacciones públicas es tachado de necio e idiota». (La teoría de los sentimientos morales, Alianza, págs. 276-277).

Lo recordé al leer el excelente libro de la profesora María Blanco, La política del disimulo. Cómo descubrir las artimañas del poder con Mazarino, que incluye el Breviario para políticos del cardenal del siglo XVII, y que publica la Editorial Rosamerón. Sucesor de Richelieu, fue Mazarino influyente en el Vaticano y en la corte de Luis XIV, de quien fue mentor. La doctora Blanco –que apunta: «La carrera por lograr el poder de Mazarino no es muy diferente de la carrera de cualquier diplomático y político internacional ambicioso actual»– indica que casi todo el Breviario «son reglas de control emocional» en la «complicada carrera hacia el poder».

Los paralelismos con nuestro tiempo son reveladores, no solo en la política exterior: «la dinámica política de entonces y la de ahora no están tan lejos. Puro juego de incentivos: la naturaleza humana al desnudo». Naturaleza política, diría yo, en donde los desenlaces plausibles son consecuencias secundarias. En su labor esencial, la intermediación, Mazarino «se colaba entre los príncipes alemanes y el emperador para lograr aumentar el poder de Francia. Dialogaba con unos y otros para que, de manera indirecta, se lograra terminar con la guerra, no tanto por un afán pacifista como porque era lo que le proporcionaría los laureles del reconocimiento del país y, de paso, el cardenalato».

Esto no concierne a la moral sino a la mentira: «se trata del disimulo como estrategia permanente» para incrementar el poder hacia el absolutismo, neutralizando los contrapoderes, desde la aristocracia hasta la Iglesia. Vemos que, siglo y medio después de El Príncipe, Mazarino ilustró la acción política con dos cánones que no han perdido actualidad: simula y disimula.