Mar en calma

Milagro

La clave ha sido nuestro característico sentido del humor, confiar, no tirar la toalla y remontar

La vida se empeña en recordarnos que está llena de milagros. Y de pérdidas y ganancias. A tres semanas de una de las mayores pesadillas de mi vida, como la de pensar que perdía a mi padre por una enfermedad con graves complicaciones, no puedo dejar de agradecer.

Cobra mucho sentido el dicho: «nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde». Sobre todo cuando hablamos de salud. Tan silenciosa y tan necesaria. Ciertamente el tiempo que pasamos con quienes más nos quieren, es el mejor invertido.

Como en cada pérdida hay una ganancia, me quedo con las horas que hemos pasado juntas mi hermana y yo sosteniendo la mano, aparentemente inerte, de nuestro padre, acariciando su cara, visualizando su mejoría, transmitiendo a sus órganos internos energía de sanación… así llenábamos las horas de visitas a la UCI del Hospital Central de la Defensa Gómez Ulla los ocho días que estuvo allí.

Despertó justo el día de Navidad. La celebración más especial y espiritual que he vivido jamás. A Jesús pedí lo mismo que mi padre hace 32 años cuando perdí mis piernas: «que salgamos de este hospital caminando». Entonces se cumplió y ¡qué cerca está este nuevo milagro!

Me quedo con la maravillosa atención de unos sanitarios amorosos. Y hasta la visita de los Reyes Magos gracias a la preciosa labor de AFADE. Baltasar en persona regaló a mi padre dos pares de calcetines. Sabe que saldrás andando, papá. La de veces que he escuchado en mi mente frases que hiciste tuyas como: «si tú me dices ven, lo dejo todo». Me emociono porque oía tu voz aunque estabas dormido.

La clave ha sido nuestro característico sentido del humor, confiar, no tirar la toalla y remontar. También vuestro cariño y apoyo ¡el amor cura! unido al maravilloso trabajo médico y al deseo de volver a ver a tus nietos. Además papá, ¡que tus hijas se casan! Servidora este año, de hecho. No puedes faltar.