El canto del cuco

El mudo precavido

A estas alturas existen bastantes probabilidades de que estemos abocados a elecciones en enero

Visto el ambiente sectario que se respira en el palacio de la Carrera de San Jerónimo, nadie espera que aparezca hoy el sentido común en el tramo final de la investidura de Feijóo. La suerte parece echada. No se adivina que surja entre la niebla la figura ejemplar de algún diputado que atienda a razones y actúe en conciencia pensando en el bien común. La maquinaria partidista devora la libertad parlamentaria. Se impone el ruido y la furia; se cuenta con la sumisión bien pagada y el miedo a quedarse a la intemperie. Lo mejor es seguir las consignas sin titubeos, disciplinadamente. Se confirma así que aquí, más que una democracia parlamentaria, rige la partitocracia. Incluso se ve con normalidad que el presidente del Gobierno, en un debate de investidura, permanezca mudo en el banco azul con aire displicente.

Así que lo previsible es que no existan variaciones entre la primera y la segunda votación. Alberto Núñez Feijóo se quedará con la miel en los labios. Para cualquier observador independiente, el político gallego ha ganado ampliamente el debate parlamentario, aunque pierda la investidura. Pedro Sánchez ha perdido por incomparecencia. Su silencio taimado es comprensible. No podía descubrir sus cartas y además se exponía a un manteo ignominioso a manos del dirigente popular. No sería la primera vez ni será la última. Veremos si el Rey encarga a Sánchez, visto lo visto, la tarea de intentar formar otra vez un «Gobierno Frankenstein». Será el momento de conocer sus pactos y sus verdaderas intenciones.

Si eso ocurre, que está por ver, no es seguro que Sánchez, el mudo precavido, supere la prueba. A estas alturas existen bastantes probabilidades de que estemos abocados a elecciones en enero. En todo caso, como le ocurrió a Adolfo Suárez en su investidura el 30 de marzo de 1979, con 183 votos a favor y 149 en contra, se puede ganar la investidura y fracasar políticamente. Eso le pasó al primer presidente constitucional. Duró poco y ya no levantó cabeza desde ese día. Acabó dando tumbos, dimitió y, para más inri, se topó al final de su mandato con la noche de los tricornios del 23-F, que presencié y sufrí de cerca. Aquella investidura del 79 ganada por Suárez condujo a Felipe González al resonante triunfo socialista del 28 de octubre de 1982. Conviene tenerlo en cuenta. No todo se reduce a aprovechar la aritmética parlamentaria y buscar votos debajo de las piedras al precio que sea, sin dar cuartos al pregonero. Pase lo que pase ahora, a Pedro Sánchez pocos le arriendan la ganancia.