Tribuna
El nombre de Dios es misericordia
No podemos dejar de resaltar el talante humano de Bergoglio. Un hombre que fue capaz de gobernar con tenacidad y, a la vez, supo reconocer sus equivocaciones
«¡Por fin, ya era hora, tenemos un Papa latinoamericano!» Así comenzaba el artículo que publicamos en La Razón tras la elección del papa Francisco en marzo de 2013. Ahora, doce años después, exclamamos: ¡damos gracias a Dios por haber tenido un Papa latinoamericano!
Era un Papa venido del «fin del mundo» que llegaba para ser obispo de Roma; sus primeros gestos denotaban cercanía hacia el pueblo de Dios. Cercanía para no perder el contacto con la realidad más real. Lo hemos visto en tantas ocasiones: comiendo con los sintecho de Roma, llamando a las parroquias de Gaza, celebrando su cumpleaños con los niños enfermos... Es más, lo hemos visto con nuestros propios ojos. Nos invitaron a almorzar en Domus Santa Marta en 2019. En el fondo del comedor había una mesa ocupada por las señoras de la limpieza. Descubrimos un comensal más, portaba un solideo blanco, era el Papa. Cercanía para no perder contacto con lo real.
Los medios de comunicación, los comentaristas de todo tipo, los católicos y los no católicos comenzaron sus apuestas. Casi todos se posicionaron en público y en privado: era jesuita, teólogo de la liberación, de izquierdas, argentino, latinoamericano… No es infrecuente hablar sin conocer, hablar por hablar… Y equivocarse.
La talla intelectual del papa Francisco viene avalada por la formación filosófica y teológica recibida en los centros de formación de la Compañía entre 1958 y 1971 (Centro de Espiritualidad Loyola de Santiago, Chile; Colegio Máximo de San José en San Miguel, Argentina; Alcalá de Henares, España), y por sus estudios en Alemania en 1985-1986 (Instituto Goethe de Boppard y Universidad de Sankt Georg, Fráncfort).
Llegó a Roma con un buen conocimiento de la Curia Romana, ya que era arzobispo (1998, desde 1992 obispo), cardenal (2001), y miembro de varias Congregaciones romanas (Culto divino, clero y vida consagrada). Pero, sobre todo, porque según manifestó en una entrevista había leído los 35 tomos de la Historia de los Papas (1305-1774) de Ludwig Pastor, durante su estancia en Córdoba (1990-1992).
Los cardenales que lo votaron conocían sus dotes para el gobierno pastoral, su impulso misionero, su coraje para afrontar los problemas, su calidez humana y su empatía con los fieles. También conocían sus múltiples fuentes teológicas, entre las que podríamos destacar la teología del pueblo de Lucio Gera y Juan Carlos Scannone que estaban en las antípodas de la teología de la liberación de corte marxista. Su influencia quedó manifiesta en sus enseñanzas.
Francisco, desde que asumió el pontificado, impulsó el desarrollo de aspectos centrales en la Iglesia como la comunión y la participación, imprimió un renovado esfuerzo por la sinodalidad y animó a los fieles a la misión evangelizadora en un mundo secularizado. Pero Francisco no dejó de lado las reformas necesarias y consensuadas en las reuniones de cardenales previas al cónclave. Empezando por la curia romana (2022), continuó con el episcopado, el clero y los seminarios (2017, 2023); así como con los religiosos y otras realidades eclesiales. Con su continuo aliento, la misericordia y la ternura de Dios fueron presentadas no solo con palabras, sino con obras, gestos y acciones. El papa hacía presente al Dios misericordioso que no juzga y perdona («C’est la confiance» y Dilexit nos).
El papa argentino también se enfrentó al reto de los abusos sexuales, continuando la tarea de Benedicto XVI. Pidió perdón por los actos de los hijos de la Iglesia y encaminó soluciones a esa lacra, que ya había denunciado Juan Pablo II. Conviene señalar que la Iglesia católica ha sido la única institución en el mundo que ha hecho frente de verdad a este problema.
No podemos dejar de resaltar el talante humano de Bergoglio. Un hombre que fue capaz de gobernar con tenacidad y, a la vez, supo reconocer sus equivocaciones. Fue un líder mundial, que supo estar a la altura de la gran crisis de la pandemia del COVID y poner los puntos claros en temas sociales: las múltiples guerras (mensajes para las Jornadas Mundiales de la Paz iniciadas por Pablo VI en 1968), la inmigración (mensajes para las Jornadas Mundiales del Migrante iniciadas por Pío X en 1914), la pobreza (mensajes para las Jornadas Mundiales de los Pobres iniciadas en 2017), la crisis climática (Laudatio si, Laudate Deum)... A su vez, invitó a tender puentes entre sociedades, culturas y religiones. Su magisterio social estaba impulsado por el deseo de la fraternidad universal humana (Fratelli tutti) y el diálogo para lograr el bien.
Finalizamos con un paralelismo. Las primeras palabras de Juan Pablo II en el balcón, tras ser elegido, fueron «No tengáis miedo». Francisco también nos apeló a ser valientes, a no tener miedo porque el cimiento de la Iglesia es la fe y el amor; un «amor divino que inspira, dirige y corrige la transformación, y derrota el miedo humano de dejar ‘lo seguro’ para lanzarse hacia el ‘misterio’».
Acojamos y preservemos este legado.
Carmen José Alejos, de la Universidad de Navarra y Juan Carlos Rivera Zelaya, de UNIR