Apuntes

¿Y si ya no nos queda Portugal?

La izquierda lusa, que se cargó el mercado del alquiler, le ha puesto el ojo a los extranjeros

El sábado estuve en La Cibeles. Hacía un frío de narices, lloviznaba y las banderas al viento desprendían certezas de impotencia. No reproduzco algunos de los comentarios que escuché sobre nuestro presidente del Gobierno porque recuerdo haber estudiado el delito de amenazas en el Código Penal, pero, ciertamente, el personal está algo caliente con lo de la amnistía y poco proclive a la lírica. En estos casos, lo mejor es refugiarse en un exilio interior, adentrarse en la feraz senda del autoconocimiento personal y esperar a que la lógica de los acontecimientos caiga por su propio peso. Es decir, cambias de canal cada vez que él aparece en la pantalla y haces como quien oye llover cuando un amigo socialista, entre copas de blanco de Rueda, acomete un soliloquio al estilo Page, consciente de que les volverá a votar. A mí no se me ha pasado el profundo cabreo de cuando, hace veinte años, nos llamaron asesinos, mientras teníamos el alma rota entre los trenes de Atocha, pero, en llegando a una edad, rumiar ofensas no tiene sentido. La opción «B», a falta de una rica vida interior, siempre ha estado en la vecina Portugal. Gentes, por lo general, amables y acogedoras, con la distancia sentimental exacta, problemas similares, pero amortiguados por el idioma y la condición de forastero. Cuando se redactan estas líneas, nuestros vecinos están votando. Son unas elecciones que me solían provocar la misma pasión que un Osasuna-Mallorca, pero que, hoy, repasando el programa electoral del Bloque de Izquierda, me despiertan un punto de aprensión. Promete la candidata, Mariana Mortagua, que si forma gobierno prohibirá la venta de viviendas a los no residentes, además de acabar con los beneficios fiscales asociados a la inversión extranjera. Ya es mala suerte que cuando, por fin, se abre un bar decente en mi urbanización playera, el «Perturbar», uno de esos que no cierra fuera de la temporada estival, pone los partidos del Madrid y trabaja la cocina local de maravilla, venga una trasunta de la Irene Montero a echar sobre mis espaldas la responsabilidad de la escasez de viviendas en Portugal. Porque, dado que el socialismo luso está en horas bajas, toca repetir gobierno de coalición con los comunistas o que entre el Vox local en un Ejecutivo de derechas. Y no digo que no haya que acabar con el drama de unos trabajadores, inmigrantes en su mayoría, que viven en campos improvisados de tiendas de campaña porque no les da para el alquiler. Pero, como en España, los jubilados extranjeros y los que aspiramos a serlo, no son el problema de falta de vivienda en Lisboa, Sines, Oporto, Braga o Faro, sino unas políticas de izquierdas que se cargaron el mercado del alquiler a base de impuestos y regulaciones, hasta el punto de que, en 2022, más de 700.000 viviendas habían salido del mercado, estaban vacías y con falta de mantenimiento. En Portugal, el interior se despuebla. La gente emigra a las ciudades costeras, donde crecen las oportunidades laborales y hay mejores servicios públicos. Los extranjeros compran, pero apenas representan el 12 por ciento de las transacciones inmobiliarias, y en tramos de mercado que no compiten directamente con el parque local. En fin, que si ya no nos queda Portugal, lo de la «rica vida interior» se hace muy cuesta arriba y las alternativas, como Florida, son caras de narices, el día que pierda la Ayuso no sé dónde vamos a parar. Porque a él, ni con agua caliente.