Al portador

Panfleto contra el cambio de hora y el horario de verano

Los días duran lo mismo y bastaría con acomodarse al sol para que los efectos fueran idénticos

Benjamin Franklin (1706-1790), uno de los llamador «padres fundadores» de los Estados Unidos y el inventor del pararrayos, decía que «tú puedes retrasarte, pero el tiempo no lo hará». La próxima madrugada una gran parte de Europa adelantará los relojes una hora, con la justificación –nunca demostrada– de que genera un ahorro energético importante. Fue una medida cuyo origen se remonta a la primera gran crisis del petróleo, allá por 1973, con la guerra del Yon Kippur y el embargo petrolífero que impusieron los países árabes. Entonces, más incluso que ahora, era imprescindible ahorrar en energía porque la dependencia del petróleo era enorme. Los políticos de entonces, agobiados, se sacaron de la manga el cambio horario, pero nunca hubo pruebas de sus beneficios. Los tiempos de claridad y oscuridad no cambian porque se modifique la hora, aunque son distintos en verano y en invierno, sobre todo en latitudes como la española.

El cambio de hora alcanza el disparate en España. Un dislate que se remonta a 1940, cuando Franco (1892-1975) decidió adelantar los relojes sesenta minutos para tener la misma hora que la Alemania de Hitler (1889-1945). Hasta entonces, España vivía con el horario del meridiano de Greenwich, que es la que le corresponde, ya que esa línea imaginaria pasa por el Monte Perdido (Huesca), la ciudad de Castellón y Denia y Altea. No hay que ser astrónomo para entender que Londres y Madrid viven en la misma hora solar, aunque cuando en la capital británica son las diez, en la española son las once. Todo se complica porque, a partir de mañana, España, que entra en el horario de verano, irá dos horas adelantada con respecto al sol, algo sobre lo que –por muy extraño que parezca– no se conocen protestas ecologistas ni de los defensores de la vida natural. ¿Hay algo más natural y ecológico que vivir de acuerdo con el ritmo que marca el sol? Los partidarios del horario de verano esgrimen que, de esta forma, los días duran más. Tan falso como torticero. Los días duran lo mismo y bastaría con acomodarse al sol para que los efectos fueran idénticos. Hay quienes defienden las bondades de que sea de día a las diez de la noche; sería más racional cambiar algunas costumbres que la hora y, en cualquier caso, los forofos de la noche siempre la disfrutarán empiece cuando empiece. España no es tan diferente, ni mucho menos, lo distinto son unos horarios muy artificiales, con raíces también muy franquistas, que permiten retrasarse o adelantarse, aunque el tiempo no lo hace, como ya explicó Franklin.