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El Papa Francisco, la periferia y el día después

Ahora, las miradas se dirigirán hacia el que será el sucesor de Francisco, mientras alguien recuerda que «la verdad no se determina por el voto de la mayoría», escribió Ratzinger

Joseph Ratzinger (1927-2022), Papa Benedicto XVI, quizá el mayor intelectual al frente de la Iglesia en siglos, percibía la realidad mucho mejor de lo que imaginaban sus muchos críticos. Por eso advertía del «peligro de la trivialización racionalista, palabrería superflua, el infantilismo pastoral. Uno siente escalofríos en vista de una liturgia postconciliar a menudo sin brillo y que suscita aburrimiento con su tendencia hacia lo banal y su falta de aspiraciones estéticas». Jorge Mario Bergoglio (1936-2025), Papa Francisco I, llegó a la cátedra de San Pedro porque su predecesor fue un revolucionario y el primero en renunciar al ministerio petrino desde 1294, cuando hizo lo mismo, también de forma voluntaria, Celestino V (1215-1296). Gregorio XII (1326-1417) habría sido el último en hacerlo, pero la diferencia es que en su caso fue, más o menos, obligado.

Francisco I ha sido el primer Papa iberoamericano y el primer no europeo, desde Gregorio III (731-741), nacido en Siria, aunque no consta en qué año. «No dejes que nadie te quite la esperanza» era una de sus máximas. Su llegada a la cabeza de la Iglesia Católica generó expectativas repartidas, casi a partes iguales entre partidarios y detractores de la Iglesia. Francisco I concitó, durante una parte de su pontificado, alabanzas inusitadas de quienes no solo no profesan la fe católica, sino que la denigran y la combaten sin complejos. Los viajes a Roma y las entrevistas con el Pontífice de, por ejemplo, la «vice» Yolanda Díaz, son uno de los mejores indicativos. El sucesor de Ratzinger, que predicaba «no temas soñar grandes cosas», prestó siempre mucha atención y dedicación a lo que denominaba «la periferia». Es decir, por una parte, los territorios en donde la Iglesia está menos presente y, por otro, las personas y las situaciones más precarias que, con frecuencia, son más habituales en las periferias de las grandes ciudades. Eso, para sus críticos, le hizo alejarse algo de lugares en los que la Iglesia tiene más fuerza y de los católicos más practicantes. Francisco I, por otra parte, tampoco ha sido el revolucionario soñado por partidarios y detractores. Su Papado ha estado impregnado de un cierto populismo-peronista, que tal vez ha confundido, pero que al mismo tiempo, en materia doctrinal y de muchas tradiciones –celibato, acceso de las mujeres al sacerdocio, entre otras–, no se ha apartado de la ortodoxia, como era inevitable. Ahora, las miradas se dirigirán hacia el que será el sucesor de Francisco, mientras alguien recuerda que «la verdad no se determina por el voto de la mayoría», escribió Ratzinger.