Tribuna

Percepciones

Se acaba un ciclo. Y no hay presidente en España que al acabar saliera bien

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Algunos se preguntan cuándo o en qué momento empezó el antisanchismo. ¿Verdaderamente hay antisanchismo en España? Y si lo hay, ¿por qué? ¿a qué se debe? Creemos no ser necesario ofrecer respuesta alguna. Llegar cognitivamente a un estado de juicio y valoración casi unánime no es fruto de la casualidad, sí de algunas causalidades. Lo que no quiere decir que todos pensemos igual ni que muchos votantes socialistas voten socialismo por principios y convicción, aunque no lo compartan con su candidato.

La campaña electoral sigue su impenitente e impaciente ritmo. Anodino para unos, cuasi eufórico para otros. Aunque conviene medir ambas magnitudes y no precipitarse en demasía. La impaciencia no es buena compañera por mucho que las tribulaciones y los cambios esta vez parece que van a darse la espalda.

Sólo importan a estas alturas, dos cosas, la magnitud de la victoria y por tanto de la derrota y si llega o hay o habrá que pactar. El resto está vendido. Nadie espera mensajes. Solo votar. Euforia de un lado pero con el miedo a no llegar. Sensación de vacío del otro y entrada en un desierto insondable donde no hay relevo y donde habrá que reconstruir desde casi cero y sin el cobijo y abrigo de gobiernos autonómicos, diputaciones y ayuntamientos claves.

El no debate del pasado lunes al margen de reflejar honduras, talantes y carencias, evidenció desesperación frente a sosiego y cierta calma. La actitud y gestualidad de Pedro Sánchez refleja y proyecta una imagen pobre, nerviosa y de absoluto fin de ciclo. Sus reproches y vueltas a un pasado superado en las urnas ha sido un error tan mayúsculo como la incapacidad e impotencia de no saber reivindicar algunos logros, por pequeños que hayan o no sido. Gestionar es gobernar. Pero gobernar no puede ser confundir directamente, gritar y embarrar sin rumbo ni timón.

Esta vez no va a perder un presidente las elecciones, las va a perder y ganar su adversario político que ha sabido transmitir precisamente lo contrario y lo más parecido y semejante a un político con criterio y credibilidad de momento. Y eso en los tiempos que corren, es un abismo. La distancia aún será mayor. Cada día que pasa la percepción es la que es y la victoria será más abultada en una reconcentración imparable del voto útil. Pues lo habrá. Prácticamente del escenario mediático y real, el espacio y la propaganda pero, sobre todo, la percepción, está donde está. Quienes enterraron el bipartidismo erraron. Y quienes digan que volvemos también. Pero en menor intensidad.

Se acaba un ciclo. Y no hay presidente en España que al acabar saliera bien. Quizá fue aquello de la dulce derrota de Felipe en 1996 lo más parecido a una despedida mínimamente decorosa. Suárez tuvo que dimitir abandonado por casi todos y sin embargo todos a la vez. Para el recuerdo aquel paseo de espaldas de dos hombres en un julio de 2008, perdida la memoria, olvidados los reproches. Aznar aunque no se presentaba vio cómo lo más aciago y lúgubre y una errática gestión de lo sucedido en aquellos atentados fatídicos y criminales, apagaba y silenciaba de un plumazo ocho años con el recuerdo de una guerra de Irak que acabó con cualquier esperanza para Rajoy. Zapatero fue devorado por la impotencia final de una gestión donde los brotes verdes fue una gran pantalla de inmadurez y absoluta impotencia. Rajoy con una moción de censura perdido en las tardes del olvido de las puertas alcalaínas sobre el verde de un Retiro desagradecido. Y Leopoldo Calvo-Sotelo apenas tuvo tiempo en sus 20 meses para algo más que para alfombrar la primera absoluta de nuestra democracia para la imparable y poderosa rosa.

En el fondo, la imagen que proyectamos es aquella en la que nos empeñamos realizar sin filtros ni callejones del Espejo. En ocasiones la distorsión es en sí misma, solo verdad. Pura verdad desnuda y nada grandilocuente.

Quizá todo acaba siendo una percepción. Pero de ellas vive una sociedad abúlica y ensimismada en sí misma y en la nada. Que ora fustiga y ora aplaude, ora ríe y ora llora cual plañidera acrítica pero siempre indolentemente quejumbrosa.

Fin de ciclo y de etapa. Cuán largo fiarán algunos el que otros no sumen. Pero esto ya no es ni 2015 ni 2016. Cuchillos largos, aunque me temo que oxidados incluso en la empuñadura.