Sin Perdón

El periodismo y la catástrofe de la DANA

«La terrible catástrofe ha permitido que salga lo mejor de muchas personas, pero también lo peor de algunas»

El aparato propagandístico del sanchismo trabaja a marchas forzadas en su estrategia de estigmatización del PP. Lo que fue útil el 11-M puede volver a serlo ahora. No hay más que analizar el giro informativo sustentado en culpar a Mazón, epítome del fantasioso relato sobre los males del centro derecha, y exculpar a Sánchez, Ribera, Marlaska y el resto de los responsables socialistas. Es un interesante escudo mediático para que olvidemos la corrupción sistémica del PSOE y los problemas judiciales de la familia presidencial. Las noticias y las opiniones de la armada mediática actúan como una perfecta sinfonía sin que ningún instrumento desafine. Ni un atisbo de crítica al papel del Gobierno, ya que fue ejemplar. Es difícil encontrar uno más ejemplar y eficaz en la Historia de la Humanidad. Por supuesto, es un relato fantasioso propio de este mundo de la fake news que nos tienen acostumbrados los propagandistas del sanchismo. Con Sánchez como gran timonel podemos descansar tranquilos sus agradecidos súbditos. Es cierto que la desinformación es un mal de estos tiempos, porque las redes sociales son campo abonado. No es un fenómeno nuevo, pero sí lo es con la intensidad que permiten estos medios de comunicación.

La terrible catástrofe que hemos vivido ha permitido que salga lo mejor de muchas personas, pero también lo peor de algunas. En este sentido, pone en valor la información rigurosa de los medios de comunicación frente a los propagandistas, los periodistas aficionados y los chiringuitos mediáticos. A golpe de bulos, manipulaciones y un mal uso de la Inteligencia Artificial no se puede hacer periodismo. Por supuesto, también está la obcecación fanática de la izquierda radical que confunde la información veraz y contrastada e incluso la opinión objetiva y rigurosa con el servilismo al poder por intereses espurios. El periodismo debería ser, sin ningún atisbo de pretenciosa soberbia, uno de los mejores y más nobles oficios, pero algunos lo pervierten para erigirse en voceros del poder. Nada más alejado de ese fin legítimo que debería impulsar a los profesionales de la información. La objetividad no está reñida con las posiciones que cada uno pueda tener, porque ninguno tenemos una superioridad moral. Por supuesto, nuestro papel no es estar en una trinchera, sino comprometidos en el servicio público que comporta o debería comportar el periodismo de calidad.

Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)