Tribuna

Puigdemont (III)

Si Puigdemont no aprovecha su oportunidad de desbancar a Sánchez, negándose a cualquier componenda, que le permita seguir en el gobierno, habrá perdido su última oportunidad política

Apenas ha pasado una semana y la indecente representación de la política catalana y, por ende española, del pasado día 8, parece que hubiera ocurrido hace años. Como si fuese un acontecimiento aparcado en la memoria inerte de un pueblo desmemoriado. Puigdemont, el hombre de las mil calificaciones, según convenga a los medios de comunicación nacionales e internacionales, regresó a nuestro país, o sea a España, en carne mortal. Tras años de duro exilio, se presentó a una cita ineludible con su destino y protagonizó un grotesco papel, en el programa de actos para la investidura del nuevo president.

El héroe sin par, señalado por la providencia para guiar a su pueblo, no sorprendió a casi nadie, ni siquiera a los que estaban obligados a detenerle. La puesta en escena, con el histrionismo habitual, quedó a la altura de las circunstancias. Todo el mundo estaba avisado, incluso el ministro del Interior, sabiendo que Puigdemont es un hombre de palabra. Sin embargo, la segunda parte del «número» superó las expectativas, dejando perplejos a propios y extraños. Tanto por la forma en que se produjo la despedida, como por el interminable catálogo de preguntas, que se abría ante el inesperado desenlace de la función.

Hacer mutis, abandonando el escenario tras un truco de mago de pueblo, escondido por una lona, disfrazado con sombrero de paja y a bordo de una silla de ruedas, aprovechando un semáforo, es un procedimiento tan sofisticado que escapa a la más avanzada inteligencia artificial. El pájaro burló la operación jaula, como era de esperar. El inefable Turull no tardó en tranquilizar a las sorprendidas huestes «juntistas», invocando «la capacidad del independentismo para hacer cosas extraordinarias». La excursión a Barcelona del émulo de Napoleón y el éxito financiero de ERC, (nunca tan pocos recibieron tanto) parecen confirmarlo. Eso sí para ello, unos y otros, necesitan a Sánchez.

El gran triunfador, por el momento, fue Salvador Illa, el contador de víctimas, incapaz de saber cuántos muertos causó la pandemia. «Salvadorilla» el gestor oscuro de la mayor catástrofe que hemos padecido, en los últimos siglos; y de algunos otros asuntos poco claros. Vicario inmediato del presidente, responsable directo del engaño y la ineficacia más descaradas. Formó el dúo «Simón-Illa» en un espacio de humor macabro, junto con un tal Simón, patético sujeto dueño de un curriculum médico excepcional, aunque eso sí con el título de licenciado.

Illa ha declarado en su discurso de toma de posesión que gobernará para todos y ha divagado sobre el tema de Cataluña como nación, integrada en una España plurinacional. La sandez zapateril, impulsada por Iceta, y repetida desde entonces hasta la saciedad, que suena bien en el vacío, pero rechina por la asimetría, madre de la insolidaridad, que elimina la igualdad entre los españoles. Este de la igualdad debía ser el objetivo legitimador de las autonomías en la Constitución del 78. Tal vez por eso prescindió de la bandera nacional. España se dibuja ahora como «un espacio público compartido» (más de lo mismo) que es Europa. Mayor precisión ha mostrado a la hora de asegurar el sustento a innumerables cargos de todos los niveles de su gobierno y del entorno del mismo.

Núñez Feijóo, mientras recupera la vista, a fin de tranquilizar a los españoles, la mayoría de los cuales ya no parece intranquilizarse por nada, anuncia para septiembre una conferencia de presidentes autonómicos. Advierte, solemnemente, que se está derogando la Constitución y, por si alguno no lo había entendido aún, avisa que el sanchismo apunta a un Estado federal, confederal o vaya usted a saber. A este respecto haría bien en invitar a la reunión prevista al delegado del gobierno en la Comunidad de Madrid, ingeniero de montes, y por tanto especialmente facultado para enseñarles qué es España, según se ha ofrecido a hacer con la señora Ayuso.

¿Y el prófugo vocacional ha realizado esta última exhibición para tantear a Sánchez? ¿Cuál habrá sido el balance de tal prueba? ¿Proseguirá en su propósito de reducir a ERC a un simple listado de nóminas a cargo del presupuesto catalán o, lo que es lo mismo, del bolsillo del resto de los españoles? ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar para convertirse en el líder único del independentismo, «ahondando en la transversalidad que le caracteriza»? ¿Mantiene todavía la hegemonía dentro de Junts para hacerse obedecer de sus diputados en Madrid?

Junts es casi todo menos un partido de juntos. Su anunciado congreso extraordinario para el 26 y 27 de octubre próximo, ¿buscará reforzar a Carles o pasarlo a la reserva? Si Puigdemont no aprovecha su oportunidad de desbancar a Sánchez, negándose a cualquier componenda, que le permita seguir en el gobierno, habrá perdido su última oportunidad política. Y ¿para eso tantos sofocos? Parece batido pero …