Con su permiso

Y quedará la frase

Hoy ser barrendero o ser limpiadora son oficios sobre los que nadie con sentido común y sin un concepto alcanforado y torpe de la sociedad arrojaría la menor duda o la mínima gota de desprecio

Melina limpió escaleras durante un tiempo. Es un oficio duro que a veces se parece a escribir un nombre en la arena de una playa: llega alguien y te pisa lo fregado y tienes que volver a darle al mocho arriba y abajo. Y así puede pasarte una y otra vez. Ella pensaba en el mar cuando le pasaba eso y de esa forma aplacaba la contrariedad. Y hasta soñaba. Hay que ver, pensar en una playa mientras borras la huella de la suela que ha quedado húmeda sobre tu territorio.

Claro que eso no es lo peor. Lo que duele son las horas de limpieza, a veces agachada -las más no, que aquí la tecnología también ha dado pasos y ya no hay que hacerlo de rodillas- y siempre sometida a una exigencia de precisión tan presente como el juicio de todo el que pasa por el espacio que adecenta.

Esto de fregar escaleras era una actividad de aquellas que, cuando niña, recuerda que se guardaban en el nada sutil saco de los desprecios. Estudia o acabarás fregando escaleras. Como los chicos no fregaban, a ellos se les advertía de la inquietante posibilidad de acabar siendo barrenderos. El niño sería barrendero si no estudiaba y la niña acabaría fregando escaleras.

No dejaba de ser una consideración burguesa y algo clasista, pero Melina recuerda que estaba bastante extendida. Y no sólo en la clase alta. Su familia no era precisamente adinerada; como ella, fregó también su madre. Y su abuela, a la que finalmente redimió su habilidad para la costura, y pudo dedicarse a ello en vez de arrodillarse en casa de los señores.

Por eso entiende las palabras de la mujer que fue alcaldesa de Pamplona hasta el día de los inocentes. Aquello ya tan expuesto y comentado de que antes de llegar a la alcaldía con los votos de Bildu -ahora en el poder gracias al PSOE- se pondría a fregar escaleras. En traducción de la tosca metáfora: prefiero hacer lo peor, dedicarme a lo más ingrato y desafecto que apoyar o apoyarme en Bildu.

La expresión quedó clara. Todos lo entendimos. Hasta se puede ser indulgente, y Melina alcanza a ello, con semejante afirmación. Pero no es aceptable sino como un reflejo, sin duda inconsciente, de una forma de entender el mundo que tiene mucho de clasista y muy poco de respetuosa.

No ya sólo porque una cosa es lo que se diga o comente en casa y otra lo que se suelte o deslice en una comparecencia pública, sino porque hace tiempo que aquello de barrenderos o limpiadoras quedó desfasado por los cambios sociales, el paisaje laboral y la propia consideración de una sociedad que con tiempo, pero también con eficacia, se va desprendiendo de sus viejos clichés.

Hoy ser barrendero o ser limpiadora son oficios sobre los que nadie con sentido común y sin un concepto alcanforado y torpe de la sociedad en la que vive, arrojaría la menor duda o la mínima gota de desprecio. Duras, como la de minero o transportista, pero tan dignas como la de cualquiera. O más, piensa Melina.

La señora Ibarrola, a la que la moción de censura ha apartado de un cargo en el que llevaba apenas medio año, quiso ponerse en lo que para ella es el extremo de la ubicación social, en el trabajo más sucio -fregar escaleras-, para subrayar la rotundidad de su lejanía de Bildu. Quizá evocando aquello que hace tiempo se señalaba como el peor de los destinos posibles por su dureza y su escasa o nula consideración social, pero sin pararse a pensar que la línea que trazaba era también una ofensa desfasada y viejuna para quienes estaban del otro lado. Podía haber elegido otra profesión, a Melina se le ocurren también unas cuantas. Pero acudió al tópico.

Recuperar un tic antiguo no denota mala fe ni excluye a nadie de un diálogo razonable. Simplemente muestra una patética carencia de recursos y una idea del mundo que aún no ha sido capaz de ajustarse a la realidad. Es el pensamiento de alguien que quizá no viva en su tiempo y si lo hace sigue manteniendo esquemas mentales envejecidos o directamente desaparecidos ya.

No le extraña a Melina que en una formación conservadora se encuentre a personas que sigan viendo así al mundo. Por eso se llaman conservadores. Es posible, incluso, que gente que se autocalifica de progresista se mueva también en esos márgenes mentales: familias conoce en las que hombres de prestigiada imagen igualitaria y de progreso practican un machismo nada matizado en su propia casa. No encuentra apropiado, sensible ni siquiera aceptable el comentario, pero no le chirría como parece haberle hecho a otros.

Parece. O se busca que parezca. Porque al final -y eso es torpeza en gran parte atribuible a la propia señora Ibarrola-, lo que queda del pacto entre el Psoe y Bildu que entrega a éstos la joya de la corona del Ayuntamiento pamplonés, lo que trasciende de un día de los inocentes que políticamente no lo es en absoluto, es que la señora que deja el cargo se va con un improperio impropio de alguien sensible y mesurado.

No es lo más relevante, pero quedará como tal.