Tribuna
¿Reconocimiento de Palestina ahora?
El terror no puede verse premiado con la estatalidad y Hamás es un monstruo, también para los suyos
Los españoles somos amigos de Israel desde hace muchos años. Apreciamos su trabajo bien hecho, su lealtad, su denodado esfuerzo por el progreso de su gente, su apertura internacional. Nos encantan las canciones sefardíes, la escritura en ladino, ese español antiguo con «k».
Aprobamos, pues, que S. M. el Rey Alfonso XIII les facilitara nuestra (su) nacionalidad por carta de naturaleza mediante Real Decreto de 20.12.1924, en tendencia reforzada el 29.12.1948, que se revitaliza con la Ley 51/1982, art 22, y sobre todo mediante la ley 12/2015 de 25 de junio, con su sobresaliente consenso político en las Cortes Generales, para satisfacción de nuestros conciudadanos: no había sido casual que durante la II Guerra Mundial miles y miles de judíos salvaran la vida gracias a visados y encuentros españoles que les permitieron el necesario cruce del Atlántico.
Nada empece tampoco que nuestro país busque la solución «dos Estados» para satisfacer el legítimo derecho de nuestros también amigos palestinos a construir su patria y hacer frente en paz a asentamientos ilegales que sólo dificultan el entendimiento básico. España ha establecido numerosos regímenes de becas y otra cooperación bilateral con las que muchos de ellos alcanzan la mejor altura profesional, propia del pueblo palestino.
Un ejemplo: la Conferencia de Paz en el Palacio Real de Madrid entre octubre y noviembre de 1991 supo aprovechar el impulso de la caída del Muro para abrirse a los Acuerdos de Oslo en 1993. Paso a paso.
Pero no nos engañamos. En noviembre de 2014 el Congreso español de los Diputados, preocupado, pedía al Gobierno el reconocimiento de la estatalidad de Palestina, como «consecuencia de un proceso de negociaciones entre las partes». Todo quedó truncado tras los atentados del «Estado Islámico» en París en enero de 2015: una redacción periodística fue aniquilada.
En línea análoga, Hamás no representa al pueblo palestino, sino su disgusto y, a veces, su desesperación. También el miedo que el partido único y su solapada información imponen a sus propias bases. Hamás, que gobierna en la Franja y lo haría en Cisjordania si se convocaran elecciones, es una organización terrorista sin matices, una mutación del odio, que busca –desde sus estatutos– la destrucción del Estado de Israel, caiga quien caiga. La Unión Europea, desde 2001 hasta hoy, establece serias medidas restrictivas contra figuras y organizaciones envueltas en terrorismo: allí figura Hamás, también en la actualización de 16 de enero de 2024.
En efecto, el 7 de octubre de 2023 Hamás planeó y ejecutó un atentado contra civiles de Israel que acabó con la vida de 1.200 personas y secuestró a 250 rehenes, de los que hoy mantiene todavía 130. El peor crimen, como ningún otro, en aquella Nación. Recordemos que en España ETA ha matado a 800 ciudadanos a lo largo de su siempre demasiado larga historia.
Nos encontramos ante el uso de la fuerza sin matices. Fue un ataque armado, masivo, destinado a limitar la capacidad de decisión y, por tanto, la soberanía de Tel Aviv. Una amenaza dirigida a coartar el control de un Estado sobre su propio territorio. Un acto de guerra consciente, frío, dirigido, asimismo, a excitar la represalia. El Gobierno de Jerusalén se muestra dispuesto tras la debacle ensangrentada a desarraigar las milicias hamasíes.
En «Los Justos» Kaliáyev no lanza la bomba contra el carruaje del Archiduque porque en su interior había visto niños. Aquí sabían más que él. Cualquiera podría intentar golpes análogos en cualquier sitio por razones propias. En suma: Hamás carece de defensa posible en ningún sistema racional de Derecho Internacional, aunque se arrogue la representación de no pocos de sus connacionales. Hamás mata la disidencia.
En términos generales, el terror no puede verse premiado con la estatalidad y Hamás es un monstruo, también para los suyos. Cuenta con el voto, cierto: pero es igualmente veraz la ausencia de otra opción para los palestinos en este momento, o que su sociedad parece incapaz de presentar otra alternativa.
Más vale reflexionar para no enajenarnos nunca –y a la vez– la amistad de los palestinos, por un lado, que en el futuro achacarán a un eventual reconocimiento el desastre que un Ejecutivo de Hamás impondrá sobre su tierra; y la de los israelíes, por otro, cuando, vejados ante un eventual reconocimiento gubernativo español de Palestina, nos acusen de formalizarlo cuando las emociones se dan a flor de piel, en plena y triste guerra.
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