Editorial
Sánchez agita hoy los fantasmas de la covid
Nuestro escepticismo absoluto con la buena fe y la empatía con el necesitado del sanchismo está justificado en un pasado tenebroso que carga con demasiados fantasmas
Pedro Sánchez ha tardado una semana en declarar zona catastrófica los lugares afectados por la dana de la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha, Andalucía, Cataluña y Aragón. Ha demostrado con sus actos que lo acontecido en los territorios masacrados por la climatología desatada no reunían las condiciones de extrema urgencia para convocar un Consejo de ministros extraordinario. Lo ha hecho para acontecimientos menores, de alcance específico e interés relativo, pero en esta ocasión ha decidido tomarse su tiempo. Las prisas, o mejor dicho, la ausencia de las mismas en sacar adelante planes que atendieran y calmaran la preocupación de una población angustiada no ha sido la respuesta que cabría esperar de una administración que pone el interés general, el bien de los afectados, por encima de cualquier otro. Moncloa ha acompañado la denominada nominación de zona gravemente afectada por una emergencia de Protección Civil con un plan inmediato por valor de 10.600 millones de euros con ayudas directas, exenciones, dotaciones para viviendas y enseres, además de financiación para los ayuntamientos y líneas de crédito para las empresas. Aunque estamos ante un tercio de lo que el presidente valenciano Carlos Mazón había planteado como el mínimo para paliar en primera instancia los estragos de la catástrofe, al menos se presuponía una cierta voluntad de auxilio, si no fuera porque Sánchez es Sánchez. Haciendo de la necesidad virtud, ha condicionado no se sabe hasta qué punto el socorro millonario del Estado a que los partidos le aprueben los Presupuestos Generales del Estado, que le permitirán agotar la legislatura. El presidente nunca decepciona a quienes aguardan lo peor en el peor instante. Con cientos de muertos en la mayor tragedia natural del siglo, tampoco lo ha hecho. Se nos agotan los calificativos con el inquilino de La Moncloa porque sinceramente creemos que es una personalidad política desconocida en la historia de nuestra democracia, guiada por una desmedida ambición de poder absoluto sin urdimbre moral que lo frene. Su desempeño en esta semana de sufrimiento y dolor, en nuestra hora más oscura, ha sido casi un calco de la ejecutoria en la covid. La peor gestión de la pandemia del mundo, con decenas de miles de muertos y una ruina colectiva, le ha pasado una factura asumible. Ni por lo más remoto se ha planteado el mando único ni la emergencia nacional que haga recaer la entera responsabilidad en su Presidencia. La cogobernanza de la pandemia que diluyó culpas y le permitió embestir contra la Comunidad de Madrid de Ayuso sin éxito sirve hoy para hacerlo con la Comunidad Valenciana y Carlos Mazón. Se repiten los plasmas sanchistas, las comparecencias de mandos técnicos y uniformados aleccionados políticamente, los expertos anónimos, la desinformación, la opacidad y el victimismo presidencial en el corazón del desgarro nacional. Nuestro escepticismo absoluto con la buena fe y la empatía con el necesitado del sanchismo está justificado en un pasado tenebroso que carga con demasiados fantasmas.
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