Y volvieron cantando

El termómetro de Davos

El Ibex en parte muy presente en Davos da por confirmada una buena parte de las suspicacias que ya había trasladado a sus inversores

Pedro Sánchez ha vuelto a ser fiel a su cita con el foro de Davos, ya saben, ese contubernio de librecambistas salvajes sin corazón ni removibles entrañas del que tanto abomina precisamente una de las dos caras del gobierno que preside. Esa cara que a la larga acaba dando marchamo al ejecutivo durante cualquier legislatura que se precie, tal como ocurrió en la anterior y ya con clara tarjeta de visita en la que acaba de arrancar. El presidente acude esta vez a Davos con la intención de hacer amplia gala de eso en lo que se consagra «cum laude», que no es más que la facilidad para decir justo lo que quiere oírse por parte de muy concretos interlocutores, a los que se endulza el oído con argumentos que ya no convencen, como ocurriera en otro tiempo, sencillamente porque serán rebatidos por hechos cuando no por inmediatas palabras a poco que se cambie de foro por urgencias electorales o para calmar exigencias de socios claves para la permanencia en el poder.

En ese afán estaba la idea del jefe del ejecutivo, muy dispuesto en Davos a dialogar con algunos de los más destacados representantes del Ibex a los que se ha pretendido tranquilizar sobre las intenciones reales de un gobierno, que en materia socio económica no acaba de despejar la mosca tras la oreja, no solo de grandes corporaciones, sino de cualquier mediano o pequeño empresario dispuesto a levantar la persiana de su negocio cada mañana. Pero resulta que transcurridos dos escasos meses desde la formación de un gobierno tan nuevo que todavía los ciudadanos no ponen cara a algunos de sus miembros, el Ibex en parte muy presente en Davos da por confirmada una buena parte de las suspicacias que ya había trasladado a sus inversores a propósito de cuatro grandes jinetes que, sin resultar apocalípticos son lo suficientemente persuasivos como para que algunos se piensen varias veces el recaudo de sus huevos en la cesta española. El primero, la inestabilidad política y por ende el peligro de inseguridad jurídica, el segundo un aumento impositivo y de tasas que amenaza con pasar a estructural y los otros dos, las incertidumbres del sector inmobiliario y de la concreción de fondos europeos. Queda ya lejano el tiempo en el que presidentes españoles aparecían como «primas donnas» en los grandes foros económicos de Davos o Ambrosetti. El cuento es otro.