El trípode del domingo
Tomás de Aquino, antídoto frente al modernismo
Perteneció a la Orden de los Predicadores conocidos como Dominicos, fundados por el español santo Domingo de Guzmán a principios del siglo XIII para luchar contra la herejía de los cátaros mediante la predicación y el rezo del rosario.
Hoy 28 de enero es la fiesta de santo Tomás de Aquino que, al caer en domingo, la Iglesia celebrará mañana. Filósofo y teólogo, Doctor de la Iglesia, está considerado como una figura de referencia indiscutida en la Teología de la Iglesia Católica. Su apellido «de Aquino» se debe a su nacimiento en el castillo de Roccasecca, próximo a la localidad italiana de dicho nombre, por lo que es conocido también como «el aquinate». Comparte esa denominación con la más sublime de «Doctor Angélico», en reconocimiento a la altura de su obra filosófica y teológica, que le distingue de otros cualificados nombres del santoral con los que comparte el nombre propio de Tomás, como el mismo apóstol que, tras la Resurrección, pidió al Señor, para creer en Él, ver las heridas que le causaron los clavos; santo Tomás Moro –patrono de los políticos y gobernantes– o santo Tomás Becquet, entre otros.
Perteneció a la Orden de los Predicadores conocidos como Dominicos, fundados por el español santo Domingo de Guzmán a principios del siglo XIII para luchar contra la herejía de los cátaros mediante la predicación y el rezo del rosario. Vivió cuarenta y nueve años durante el siglo XIII, cuando la Teología denominada Escolástica estaba en pleno auge en la Edad Media, siendo el más reputado exponente de la misma junto a san Anselmo y a su mentor y profesor san Alberto Magno. Esta disciplina teológica y filosófica se caracterizó por encontrar una espléndida síntesis entre la razón y la fe, integrando la Filosofía aristotélica en la formación de la Teología cristiana, enseñando en las universidades la coherencia entre ella y la Filosofía clásica para explicar el mismo concepto de Dios, del hombre, de la creación y la moralidad.
La «Summa Theologica» constituye su más destacada obra, a la que dedicó gran parte de su vida. En su biografía se encuentra la experiencia que vivió en 1273, el año anterior a su fallecimiento, mientras celebraba la santa misa, y que le impidió acabar de escribirla. Manifestó que lo que había visto le había permitido entender que sus escritos eran solo «paja», por su pequeñez. Ese día dejó de escribir. Su muerte se produjo el 7 de marzo de 1274 cuando se dirigía al Concilio de Lyon, a instancias del Papa Gregorio X.
Frente al «modernismo», la «síntesis de todas las herejías» –en expresión de san Pío X–, tan presente actualmente, la Teología tomista es una garantía de sana doctrina, muy necesaria en los actuales tiempos de apostasía.
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