El canto del cuco

Un tren con mando a distancia en un túnel sin salida

Este gatuperio interminable entre Sánchez y Puigdemont –falta aún la foto del apretón de manos en público– entrará en los libros de Historia como el pacto de la vergüenza

Tras la maratoniana sesión parlamentaria del miércoles, que abría la temporada política, cualquier observador venido de fuera concluiría que el Gobierno tiene los días contados. Así no se puede seguir, reconocían en voz baja algunos diputados socialistas. Estaban aturdidos viendo amenazado su futuro. Ni siquiera la demostrada capacidad de resistencia del protagonista de esta historia interminable garantiza un largo recorrido. Va a ser un infierno, se oía por todas partes. Así es. El tren de la política española ha entrado en un túnel sin salida conducido con mando a distancia desde Waterloo.

En las frenéticas negociaciones del carrusel de decretos se ha comprobado que el Gobierno está en manos de un delincuente fugado de la Justicia. Ha quedado meridianamente claro que la continuidad del presidente Sánchez depende de que cumpla puntualmente las exigencias, cada vez más atrevidas y onerosas, del político fugado. Se comprueba que la investidura no fue un cheque en blanco para toda la legislatura, sino un préstamo con intereses abusivos que hay que abonar cada semana. Partido a partido, como dice Simeone y repiten los separatistas catalanes (y también los vascos). Aunque los españoles estemos ya curados de espanto, asistimos perplejos e irritados al descarado chantaje que se hace a la Nación aprovechando la ambición política del presidente del Gobierno. ¡Es el precio de siete votos! Un atraco descarado en vivo y en directo. Este gatuperio interminable entre Sánchez y Puigdemont –falta aún la foto del apretón de manos en público– entrará en los libros de Historia como el pacto de la vergüenza.

Por si fuera poco, la inestabilidad aumenta con las desavenencias dentro de la extrema izquierda, principal sostén del sanchismo. Los reductos de Podemos, cargados de resentimiento, han empezado a pasar también factura al inquilino de La Moncloa; lo de Yolanda Díaz no puede acabar bien, si hacemos caso a su trayectoria de deslealtades y su papel menguante. Tampoco ayudará previsiblemente a la estabilidad la cadena de elecciones de los próximos meses –gallegas, vascas, europeas y, más pronto que tarde, catalanas–. Contemplaremos entonces la tormenta perfecta. No es de extrañar que empiece a especularse con la posibilidad de que Pedro Sánchez dimita dentro de seis meses y se quite del medio para aspirar a la presidencia del Consejo Europeo que deja vacante el belga Charles Michel. Por si acaso, él ha señalado a María Jesús Montero como su sucesora. Sería la única forma de librarse de la quema y de que, con su marcha, empezáramos a ver la luz al final del túnel.