Casa Real
Battenberg
La reina Isabel II, reconocida como una de las grandes figuras de nuestro tiempo, fue más allá de lo que marca el protocolo y dio un beso a Felipe en el momento de la llegada y dos a Letizia cuando les despidió en el palacio de Buckhingam.
El viaje de los Reyes a Inglaterra este mes de julio ha revestido una importancia que lógicamente la prensa ha sabido destacar demostrando la eficacia que aún reviste la alta autoridad de la Corona cuando se trata de superar dificultades que como el Brexit nacen de las raíces políticas o simplemente económicas. La reina Isabel II, reconocida como una de las grandes figuras de nuestro tiempo, fue más allá de lo que marca el protocolo y dio un beso a Felipe en el momento de la llegada y dos a Letizia cuando les despidió en el palacio de Buckhingam. No debe extrañarnos. Allí estaban reunidos los Battenberg como estrechos parientes. La sombra de la reina Victoria Eugenia, bisabuela del monarca español, aportaba sin duda algo que nos recuerda el gran papel que la eminente soberana del mismo nombre desempeñara en el siglo XIX. Una recomendación para Europa: por encima de las divergencias inevitables hay que poner el acento de la familiaridad. En otras palabras, el amor recíproco, pues solo él puede lograr ese entendimiento que tanto importa. El mismo que Churchill mostró ante los Comunes. Y ahora esa misma Cámara ha tenido que prolongar sus aplausos al discurso de Felipe VI. Ni Gibraltar ni el Brexit deben separarnos aunque se busquen fórmulas concretas de convivencia. Como en 1947, hay que sentar las bases de la unión. Ni Isabel II ni Felipe VI pudieron olvidar que en sus venas circulan gotas de esa sangre común de los Battenberg.
Volvamos la vista atrás para encontrar el punto de partida. El 30 de enero de 1968 se dio en Madrid la noticia: había nacido un niño del matrimonio de Juan Carlos y Sofía que ya ocupaban el palacio de la Zarzuela. La noticia, en un momento en que aún se daba primacía a los varones sobre las mujeres, venía a consolidar el paso siguiente de tránsito hacia la reinstauración de la Monarquía. Franco envió su felicitación con un ruego: que no se utilizase el nombre de Fernando. Había que eludir los malos recuerdos. Pero el nombre estaba ya escogido y previsto: Felipe V había sido el que iniciara la Casa de Borbón elevando después los niveles de España en ese brillante siglo XVIII. La ceremonia del bautismo quedó fijada para el 8 de febrero. Un acontecimiento capital como en nuestros días se ha demostrado. El retorno de la legitimidad constitucional permitiría superar deficiencias y daños.
En este momento se produjo el golpe de sorpresa: Victoria Eugenia, viuda de Alfonso XIII e instalada en Suiza, anunció que, pese a sus muchos años, iba a viajar a Madrid para hallarse presente en el bautismo de quien más pronto o más tarde estaba destinado a ser futuro rey. El Gobierno fue advertido: era la reina quien tornaba a España y como tal debía ser tratada. Momentos delicados aunque también evidentemente positivos. En conversación privada explicó Franco a Carrero que no iría personalmente a Barajas para evitar que se diesen interpretaciones erradas al homenaje que se había preparado. Cuando el 7 de febrero a las cuatro de la tarde el avión tomó tierra, cinco ministros bien conocidos por su fidelidad a la Monarquía –Castiella y Oriol, Lacalle y Espinosa de los Monteros junto con Lora Tamayo todos de gran prestigio– se hallaban al pie de la escalera para tratarla como a soberana mientras se escuchaban aplausos y gritos en su favor y también en el de la Monarquía. Horas decisivas preparatorias de las que un año más tarde produciría el restablecimiento de la legitimidad superando deficiencias y preparando esos años largos que iban a permitir al niño entonces en la cuna desempeñar un día en Londres ese papel que brota de la sangre misma de los Battenberg.
La reina se instaló lógicamente en el palacio de la Zarzuela que era ya residencia oficial. Alguien proyectó que fuera al Pardo, pero Franco y su esposa –recordemos que Alfonso XIII había sido su padrino de boda– se adelantaron. Fueron ellos los que se llegaron a la Zarzuela, llamaron Señora a doña Victoria Eugenia y tomaron el té de acuerdo con las costumbres británicas. Hay dos detalles que los participantes en los encuentros nos proporcionan. Franco preguntó a la reina si se acordaba de cuando se vieron en 1930. «Ya lo creo. Entonces éramos los dos mucho más jóvenes». Tras una cena en el Palacio de Liria con los duques de Alba, que durante años fueran decisivos embajadores en Londres, don Juan y su madre pudieron hablar con entera libertad. Los asistentes al bautizo del 8 de febrero coinciden en decir que en el Generalísimo se detectaban signos de preocupación y al tiempo de serenidad.
Jesús Pabón, académico de gran relieve, comentó con su discípulo Carlos Seco que la reina había dicho a Franco: «Ahí tiene a los tres, ahora escoja». Era tanto como recordar que la legitimidad estaba ya presente y al completo. En conversaciones posteriores con Camilo Alonso Vega (16 de abril) y con Franco Salgado (3 de mayo), el Generalísimo dijo que había sacado la impresión de que a la Señora no le parecía mal que se escogiera a don Juan Carlos. Y así se hizo el siguiente mes de julio del 69. Cuando el avión la devolvió a Lausanne dejaba tras de sí una herencia valiosa. La transición iba a recorrer sus etapas finales.
Algo que está demostrando el acierto con que, a pesar de los intentos del populismo, reviste el retorno a la legitimidad histórica que significa la Monarquía. Lograda su total independencia del poder político, significa una dimensión inquebrantable de la nación española que es una de las cinco sobre las que se levantó la europeidad. El viaje a Londres lo ha demostrado cumplidamente. Sean cuales fueren las estructuras políticas y económicas sigue en pie la idea de que la unión familiar alberga todas las esperanzas pues ella está en condiciones de salvar los conflictos. Don Felipe y doña Letizia han prestado un servicio no solo a España, sino también a Europa. Esperemos que los políticos lo entiendan así y lo lleven a término.
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