Joaquín Marco

Cervantes e Iglesias en funciones

Lo que algunos entienden como una actitud de prepotencia u orgullo frente, por ejemplo, a Pablo Sánchez no es otra cosa que el íntimo convencimiento de que sólo de sí mismo y de sus seguidores parte la verdad o solución de todos los males de la patria. Lo que observa no son molinos, sino gigantes

La Razón
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Conmemoramos, es un decir, en este problemático año de 2016 el IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes no sólo con un Gobierno en funciones, sino con un país desconcertado y atónito. Se venía reclamando al Ministerio del ramo una definición sobre lo que los poderes públicos podrían aportar a una programación oculta incluso para los organizadores. Finalmente José María Lassalle que presidía la Comisión Nacional dio cuenta de la serie de actos «transversales» que van a producirse impulsados no por los mil millones de euros, que solicitaba Luis María Anson, de la Real Academia Española y miembro de la citada Comisión, sino por unos cuatro, además de los beneficios fiscales de aquellas empresas que vayan a colaborar en los hasta hoy 229 actos de diversa entidad que se prometen. Abrirá el acto la Biblioteca Nacional de Madrid con una exposición que lleva por título «Cervantes, de la vida al mito». Admitía Lassalle, acompañado por el Ministro y la Vicepresidenta, un moderado retraso en el anuncio público de una celebración que viene a coincidir con la de Shakespeare en Gran Bretaña. Se anticiparon los ingleses en unas semanas, pero la disculpa emitida es la de que el Gobierno se encuentra en funciones y se ironizó sobre la diferencia horaria que nos separa. Lo cierto es que desde su tribuna Anson arremete con virulencia no sólo contra el desaparecido ministro de Hacienda Cristóbal Montoro, que «ha tratado a Cervantes con la misma displicencia que su antecesor en el cargo durante el reinado de Felipe III, Pedro Franqueza», sino también contra el actual Presidente en funciones, porque «Mariano Rajoy se mantiene en su actitud desdeñosa hacia todas las manifestaciones culturales/.../ es el único presidente del Gobierno que no ha visitado la Real Academia Española».

Ya no se trata sólo del famoso 21% de IVA, porque Rajoy ha manifestado en múltiples ocasiones –y fue el eje de su campaña electoral– que la única preocupación de su legislatura fue sacar a España de la crisis económica. El resto de problemas –incluido el de Cataluña– le habrían parecido de menor trascendencia. Tal vez por ello se amontonan en los umbrales de un cambio que no se sabe bien cómo orientar, pero del que el PP hasta hoy ha dicho poco, manteniéndose en la improbable alianza de tres de las fuerzas más votadas. Sin embargo, Pablo Iglesias, que no he oído que se manifestase respecto a la conmemoración cervantina, ha ido mucho más lejos y ha tratado de encarnar la actitud quijotesca en la crisis política. Su atuendo y porte no son los de un hidalgo de antaño, pero quiere diferenciarse del resto del gremio político. Sus ideas proceden no sólo de la observación o de algún tratado que podría servirle de inspiración, sino de múltiples lecturas de politología, como el buen Quijano respecto a los libros de caballerías. Su actividad le ha permitido rodearse de un grupo de escuderos. Don Quijote tuvo tan sólo a Sancho Panza, que pretendía hacerle ver la realidad aunque sin resultado, hasta el punto de que el mismo Sancho interiorizó el quijotismo y no tuvo reparo en participar en sus aventuras. Lo que algunos entienden como una actitud de prepotencia u orgullo frente, por ejemplo, a Pedro Sánchez no es otra cosa que el íntimo convencimiento de que sólo de sí mismo y de sus seguidores parte la verdad o solución de todos los males de la patria. Lo que observa no son molinos, sino gigantes.

Su nombre y apellido indican ya una premonición: llamarse Pablo e Iglesias nos retrotrae a los tiempos heroicos del linotipista que descubrió un socialismo que entonces se entendía como científico. El objetivo del fundador de Podemos consiste en llegar a la presidencia del Gobierno, a través de los medios, para dar rienda suelta a sus intuiciones políticas. Le faltó el canto de un duro para lograrlo, pero como Don Quijote no va a renunciar tan fácilmente a sus proyectos. Por ello se autopropone como vicepresidente con un amplio margen de responsabilidades. Podría llegar a admitir hasta gobernar en un segundo plano. A Pedro Sánchez le reserva la imagen institucional pero pretende añadir a sus votantes los socialistas. Algunos de ellos simpatizan poco con el quijotismo de un líder que ha ido modulando sus exigencias, aunque dice haber mostrado siempre la mano tendida, a diferencia de Rajoy. Hubo también una Dulcinea en el comienzo de su andadura y, como fiel caballero, la ha sumado a su proyecto. Nada parece arredrar a este nuevo caballero andante de la política, ni siquiera los gigantes de la Unión Europea. Va a convencerles con persuasiva dialéctica de que las medidas de austeridad que reclaman a los españoles deben reconsiderarse. Observa alrededor a otros caballeros que acabarán profesando su misma fe: Francia, Portugal, Italia, Grecia. Todo un frente Sur ante los gigantones del Centro y del Norte. Pablo Iglesias en su propia persona encarna los méritos y problemas del Quijote, aunque su biografía sea menos atractiva que la cervantina. No sé si formará parte de aquel supuesto y exagerado 20% que ha leído el libro y si, como una mínima parte de los lectores, habrá logrado entenderlo, aunque lo encarne en funciones.