Luis Alejandre
Colombia: cuenta atrás
No sin dificultades la hoja de ruta marcada por el presidente Santos para alcanzar una paz definitiva en Colombia se va cumpliendo. Los negociadores del Gobierno y de las FARC-EP firmaron el pasado día 19 de enero en La Habana un acuerdo por el que se creaba «un mecanismo para monitoreo del cese al fuego»(sic). Si se respeta, representa el principio del fin.
Y con lógica –he sostenido siempre que Naciones Unidas representa el mejor aval internacional– pidieron al secretario general de la organización y al presidente de su Consejo de Seguridad la activación de un mecanismo tripartito (ONU, Gobierno, FARC) para la verificación del proceso. Los firmantes dijeron entonces: «La aceptación de NN.UU constituiría una fuerte señal y una feliz premonición de que el proceso colombiano se encamina inexorablemente hacia el fin del más largo conflicto del continente americano». La petición se concretaba sobre «una misión política especial, compuesta por observadores internacionales no armados, que presidirá y coordinará el mecanismo». No dice que «ejecutará», lo que crea una primera duda.
Daban las gracias los firmantes a Cuba y Noruega como países garantes y a Venezuela y Chile como garantes por su comprensión, ayuda y paciencia. Resalto esta última virtud. Una negociación como ésta entraña, sobre todo, paciencia. Y sigo sintiendo la ausencia de España.
La respuesta de la ONU ha sido rápida, lo que es de valorar, sin quitarle méritos a la buena labor diplomática que ha desarrollado el gobierno Santos y, especialmente su canciller María Angeles Holguín. El lunes 25 de enero, seis días después del comunicado de La Habana, el Consejo de Seguridad aprobaba por unanimidad la Resolución 2261/2016 referida a «Monitoreo y verificación del Acuerdo de Cese el Fuego y Hostilidades Bilateral y Definitivo y de dejación de las armas, entre el Gobierno de Colombia y las FARC». Presidía por turno el Consejo el uruguayo Elbio Rosselli. Quedaba la duda, que resaltaba recientemente Julio Londoño, un militar y diplomático con larga experiencia como negociador, entre los conceptos «dejación de armas» y «entrega y verificación». ¿No entregarán las armas las FARC en un primer momento? ¿Pesan los antecedentes históricos de la Unión Patriótica?
Los próximos días 7 y 8 de este mes de febrero se desarrollará en Bogotá un foro organizado por una activa Universidad Nacional de Colombia y el sistema de Naciones Unidas, para concretar el desarrollo de la Resolución. El Gobierno ha dejado claro que la ubicación de las zonas de concentración para desarme de la guerrilla serán decididas por la propia mesa de negociación, es decir, por los propios colombianos y que la misión de la ONU la desarrollaran países de la CELAC(1), es decir, hermanos de sangre y cultura.
A nivel interno el Gobierno ha ido indultando a una serie de dirigentes guerrilleros. De una lista de 30, los dos últimos han sido Jorge Sandoval y Edgar Antonio Naranjo.
Por supuesto, todos debemos felicitarnos por la etapa alcanzada, que consideramos irreversible aunque no exenta de dificultades. No será fácil, porque 50 años de violencia y guerra dejan demasiadas heridas. La sociedad colombiana deberá utilizar todo su capital de generosidad y comprensión para admitir el proceso. No será fácil el «monitoreo» acordado, con personal desarmado. Deberá preverse un mecanismo de apoyo armado inmediato, porque la entrega y posible destrucción de armas, la localización de depósitos enterrados, la neutralización de grupos residuales que no acepten el acuerdo, el levantamiento de campos de minas exigen algo más que buena voluntad política. Demasiados antecedentes tienen las Naciones Unidas. Baste recordar el fracaso de aquellos desarmados «hombres de blanco» en Bosnia que acabaron encadenados en las barandillas de los puentes del Neretva.
Aporto personalmente un concepto importante. Debo imaginar que está prevista en la letra pequeña de los acuerdos. Doy por sentado que los hombres y mujeres de las FARC recibirán «beneficios de la paz» a cambio de la dejación o entrega de sus armas, en forma de tierras, becas, viviendas o bonos en metálico para rehacer sus vidas.
No olviden los negociadores del Gobierno a sus gentes de armas: fuerzas militares y policiales. En otros procesos ha sido un enorme error olvidarse de los servidores leales a su Patria que han llevado con sacrificio el peso de la guerra. Por lo menos, merecen los mismos beneficios que los guerrilleros. Particularmente, pienso que merecen más.
El próximo 23 de marzo el proceso puede iniciar una nueva vía. ¡Enhorabuena al pueblo colombiano! ¡Enhorabuena a quienes han apostado por el camino de la reconciliación! ¡Enhorabuena al presidente Santos, que ha apostado fuerte no sólo con riesgo político, sino con riesgo personal! Seguramente, si acudiese a unas nuevas elecciones, las perdería, como las perdió Churchill tras salvar a Inglaterra – «sangre sudor y lágrimas»– en la Segunda Guerra Mundial. No debe preocuparse de cómo le pague su pueblo de inmediato, sino de cómo le valorarán las generaciones futuras, las que nacerán en una Colombia en paz; de cómo le valorará el libro de la Historia.
(1)Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, formada por 33 países.
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