Manuel Coma
Corea nuclear
La GRAN cuestión es ¿puede haber una guerra nuclear? La respuesta es NO, porque no le interesa a ninguna de las partes, como no interesó en el duelo americano-soviético, ni con China como tercer elemento. Sin embargo, si ambas partes poseen el armamento, la posibilidad existe, y eliminarla del cuadro general no haría más que aumentar los riesgos. Nunca estuvo excluida de los cálculos de la Guerra Fría.
El hecho estratégico básico, permanente –y disparatado– en la península, no tiene nada que ver con los últimos acontecimientos. Consiste en que la enorme conurbación de Seúl está al alcance de miles de piezas de artillería del N, a muy buen recaudo, sobre la misma frontera, con sus servidores con el dedo en el gatillo las 24 hora del día, los 365 días del año. En unas horas podrían causar miles de bajas, incluyendo tropas americanas, y en dos o tres días cientos de miles, mientras millones tratarían desesperadamente de huir hacia el Sur. Las armas atómicas y los misiles para proyectarlos no hacen más que agravar esta situación, extenderla a todo el Sur y a Japón, con bases americanas, y ahora hasta la isla de Guam, territorio americano y gran base militar.
La novedad consiste en que repentinamente los Estados Unidos han contemplado con estupor y temblor la posibilidad de que la agresiva hormiga atómica norcoreana pueda tenerlos a ellos como blanco en su costa occidental, digamos, a la enorme ciudad de Los Ángeles.
Mediante un progreso continuo y mucho más rápido de lo que las más sofisticadas agencias de espionaje le suponían al tan aislado e indigente país, orillando unas veces y violando las más los tratados por ella firmados, Corea del N consigue a finales de agosto, tras muchos fracasos, hacer volar un misil por encima de Japón, precursor indudable de un radio intercontinental, y el tres de septiembre explotar bajo tierra una bomba de 100 kilotones (1Kt=1000 Toneladas de TNT, trinitotolueno) que por su potencia podría muy bien ser termonuclear, de hidrógeno, no atómica, de fisión, no de fusión. Eso es precisamente lo que ellos han proclamado. Se trata de la sexta de sus pruebas. La anterior, hace un año, había sido de 25 Kt, como la de Nagasaki. El salto cuantitativo puede serlo también, probablemente lo es, cualitativo. Las bombas de hidrógeno consiguen mucha más potencia con mucha menos materia explosiva, lo que significa posibilidad de miniaturización de los artefactos, hasta el punto de que, por la reducción de su peso, puedan instalarse en la cabeza de un misil intercontinental. En otras palabras, a un paso de convertirse en una pesadilla americana, lo que ha puesto a pensar, debatir y proponer a todos los responsables y expertos del país.
El asunto es de vida o muerte para los coreanos del sur, –no menos para los del norte, pero no cuentan–, absolutamente prioritario para China, y de primera magnitud para Japón. Importa mucho a todo el vecindario, desde luego a Rusia, pero una alteración en los equilibrios, reglas y procedimientos nucleares, regulados internacionalmente, concierne a todo el planeta.
Así pues ¿Qué significa? Que un estado en buena parte fallido y delincuente tiene ahora la capacidad de hacer daño en proporciones catastróficas, a mucha más distancia. ¿Para qué un país con un PIB de unos 40 mil millones de dólares (su hermano del Sur, 1.4 billones), con un 40% de sus habitantes padeciendo malnutrición, invierte de forma tan colosal, no ya en fuerzas convencionales sino en un armamento que no poseen países muchísimo más importantes, renunciando así a los correspondientes avances tecnológicos? La respuesta no tiene nada de secreta: Ante todo para asegurar la supervivencia de un régimen tan inhumano como el de la dinastía Kim. Ya no es ni siquiera comunismo en una sola familia, como lo fue en Rumanía y lo es con los Castro, porque ya no hablan de comunismo, sino de una supuesta tradición autóctona llamada Juche. De lo que habla mucho Kim III es de su padre, abuelo e incluso bisabuelo, anterior al régimen. Por su edad, contempla medio siglo por delante de feliz reinado, que todos los vecinos, el mundo en general, y los americanos en particular, intentan amargarle.
Lo que cambia el siniestro juego es que los americanos se sientan ya amenazados, cuando todavía no lo están, en su territorio continental. Totalmente inadmisible. Evitarlo es una prioridad absoluta. Para ello, ha dicho Trump, todas las opciones están sobre la mesa, lo que implica «la opción militar». Más bien un abanico de ellas. Hasta ahora han sido tabú por la capacidad de réplica del Norte. Aquí comienza la polémica: ¿Qué importancia deben los Estados Unidos asignar a una tal amenaza? El país ha vivido décadas con miles de cabezas nucleares soviéticas apuntadas a docenas o centenares de objetivos en su suelo. ¿Por qué la disuasión no va a funcionar con el singular Kim, que aunque recurra con facilidad al asesinato, carece decididamente de instintos suicidas? Desde luego es inusitado y mucho más que incómodo que un tal país pueda disuadir o neutralizar la disuasión de la hiperpotencia. Pero el tema va mucho más allá. Japón y Corea del Sur buscarían sus propias armas nucleares, con cuya tecnología el Norte ha comerciado y lo volverá a hacer, terroristas incluidos. El genio nuclear se habría escapado definitivamente de su lámpara. Hay problemas que no tienen solución. Lo importante es gestionarlos con infinito cuidado.
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