Francisco Nieva

El verano gótico

Para eso me sirvió la lectura de tanta novela negra, que solo recomiendo como distracción de un alto voltaje emotivo, para reconocer los rasgos del romanticismo, el nacimiento de un género de alcance universal.

La Razón
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Cuál fue mi descubrimiento de la novela gótica:

Una vez, quise pasar mis vacaciones en Roma, durante un ferragosto, así llamado por su rigor canicular. Alquilé un apartamento en un viejo edificio del siglo XVI, en Vía del Gonfalone, vecino a la típica Vía Giulia, un horno en toda regla, para mayor desdicha. Era un apartamentillo muy exiguo, pero con una terraza desde la que se veía el Castel Sant Angelo y la cúpula del Vaticano. Puedo decir que allí viví de lleno el delirio romano. Al cura de nuestra parroquia le había tocado en una rifa una vaca suiza y la mantenía en un patinillo de la iglesia. Mandaba a un monago de su confianza a pedir limosna para el forraje y mantenimiento de la vaca. El monago agitaba el cepillo y pregonaba: –«Para la vaca de la iglesia, para la vaca de la iglesia». La gente del barrio era de baja extracción, crédulos y salvajes. Al caer la tarde, con la fresca, se despertaban las reyertas hogareñas y se escuchaban insultos y regaños. Mi asistenta me contó que en el Trastévere había un fantasma que solo se presentaba mediante pago. Una limosna que se destinaba a un conocido orfelinato. Era como una película de Vittorio de Sica, tremebunda y desternillante.

Hice algunos amigos interesantes en una locanda vecina, entre ellos, a Benedetta Clavieri –su nombre de casada–, hija de Benedetto Croce, el conocido filósofo. Benedetta Clavieri era una gran intelectual, que se ocupaba de biografiar a Madame du Deffant, notoria dama dieciochesca, que mantenía un salón literario muy apreciado por todo París. Una señora un tanto excéntrica, que recibía a sus invitados sentada en un tonel, del que había hecho su más cómodo refugio y reposorio. Algunas damas encopetadas la imitaron y se esponjaban públicamente en su tonel. La extravagante Du Deffant mantenía una estrecha relación con Horacio Walpole, el autor de «EL CASTILLO DE OTRANTO», que inaugura el Género Negro, negrísimo, la literatura del terror y del susto en su sentido más inquietante, luego definido como novela gótica, que tuvo seguidores ilustres y magistrales réplicas formales. Ninguna tan extraordinaria como «MELMOTH EL ERRABUNDO», de Robert Maturin. Melmoth no puede morir y está condenado a vivir para siempre, vivir el tedio de la inmortalidad. Es un libro apasionante, con infinitos recursos terrificantes, una obra maestra del género. Solo igualada por «MANUSCRITO ENCONTRADO EN ZARAGOZA», de Jan Potocki, de la que terminé haciendo una versión teatral.

Aun sudando la gota gorda, aquel verano me dediqué a leer cuanta novela gótica encontraba en librerías de viejo. Así descubrí que el poeta español Gustavo Adolfo Becquer también lo practicó, al igual que Pedro Antonio de Alarcón. Mi casona del siglo XVI era un marco muy apropiado. De noche, a través de los viejos muros, escuchaba rezos y letanías muy inquietantes, que me infundían un raro temor. Pasé algunas noches sin dormir a causa de aquellas retahílas de aquelarre sabático, el fondo sonoro de aquel género de ficción. Me parecía estar recibiendo un mensaje del otro mundo. Se lo conté a Benedetta. – «Eso es increíble, chico; pero es fama que en ese mismo edificio tuyo se han alojado muchos brujos. Los brujos romanos son famosos, y hasta la policía se sirve de ellos. A lo peor te ha tocado vivir junto a una célula satánica».

Se dio la circunstancia de que en un hotel cercano se perpetró un crimen, que exacerbó el sensacionalismo de la prensa italiana. El hotelero había retenido el pasaporte de un joven actor francés por falta de pago. Para recuperarlo mató al hotelero y se refugió en el maremágnum de «ROMA», la película de Fellini, que se rodaba allí cerca. El tópico sensacionalismo de la prensa se desató en torno a los vecinos del barrio. Yo dije a Benedetta que cualquiera podía volverse famoso de la noche a la mañana, dando que sospechar a la policía. Benedetta exclamó –«¡Ah, tú serías capaz de hacerlo, sediento de notoriedad. Eres un demonio, Paco Nieva. Me causas terror!».

Para eso me sirvió la lectura de tanta novela negra, que solo recomiendo como distracción de un alto voltaje emotivo, para reconocer los rasgos del romanticismo, el nacimiento de un género de alcance universal. Yo mismo lo intenté con un libro, «LA LLAMA VESTIDA DE NEGRO», que ha merecido alguna crítica que me honra. Yo la prefiero, entre muchas de mis obras. Es una cumplida novela gótica.

En cuanto a aquellos misteriosos rezos a través de los viejos muros de mi casa, se descubrió al final que allí vivía un becario estadounidense que hacía música electrónica e invitaba de noche a muchos amigos e improvisaban aquellas enigmáticas letanías. ¡Cuántos misterios y mensajes del otro mundo tienen un origen tan prosaico y banal como este! Aunque me dejara para siempre su huella emotiva, tan perseguida y conseguida por la novela gótica.