Historia

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Fernando el Católico

La Razón
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Hijo del rey de Aragón Juan II y de doña Juana Enríquez, su ascendencia era netamente castellana. Recibió una esmerada educación con excelentes maestros, siendo preceptor Francisco Vidal de Noya, extraordinario poeta y destacado humanista e influyó mucho en su formación el obispo de Gerona, Juan Margarit. Recibió los títulos de duque de Montblanc, conde de Ribagorza y señor de Balaguer.

Al morir el infante don Alfonso de Castilla, el 5 de julio de 1468, dio poderes a Pierres de Peralta y al arzobispo Carrillo de Toledo para concertar su boda con la infanta de Castilla, doña Isabel, «primogénita heredera de los reinos de Castilla». La capitulación fue jurada el 3 de febrero de 1469. Don Fernando firmó las capitulaciones, así como el rey de Aragón, Juan II, el 27 de febrero en Zaragoza.

El reinado conjunto de los Reyes Católicos se inició a la muerte del rey Enrique IV (1474); su hermanastra Isabel se proclamó en Segovia, en virtud de lo acordado entre ambos en el Pacto de los Toros de Guisando, Isabel I de Castilla, con quien formaba digna pareja el príncipe de Aragón y de Sicilia. La reina muere en 1504 y don Fernando en 1516. Al matrimonio de los Reyes Católicos les concedió tal título el pontífice Alejandro VI.

Me gustaría hacer referencia principal en esta «Tribuna» a don Fernando, pero es difícil dada la enorme entidad historiográfica que existe sobre la importancia decisiva de los Reyes Católicos en la historia de España. Hernando del Pulgar lo describe como «hombre de buen esfuerzo y gran trabajador en las guerras... inclinado a hacer justicia. También era piadoso e compadecíase de los miserables... e como quiera que amaba mucho a su mujer, pero dábase a otras mujeres. Era hombre de verdad, pero las necesidades en que le ponían las guerras le facían algunas veces variar», borrosa manera de decir que engañaba a sus rivales. Tras sus apariencias cortesas se escondía una voluntad de hierro. El catedrático Luis Suárez Fernández ha escrito tres libros que recomiendo vivamente: uno conjunto de ambos y otros dos dedicados a los dos monarcas individualmente.

La pugna entre don Fernando y la prepotente nobleza tuvo tres fases advertidas por el catedrático Carlos Corona Baratech: desde la muerte de la reina Isabel hasta el tiempo de Felipe de Borgoña y la retirada de Fernando el Católico a sus reinos; desde la muerte del «Hermoso» hasta su regreso a Castilla; y, por último, la que perdura hasta su muerte y se apoya en la defensa de los derechos de don Carlos y del emperador Maximiliano a la regencia de Castilla. El brillante análisis histórico de Corona Baratech se centra, respectivamente, en núcleos compactos de pensamiento que revelan profundas razones dirigidas siempre a figuras de política internacional. Le preocupaba internamente el problema de la gobernación de Castilla y la situación mental de doña Juana, que los monarcas conocían. El grupo de la nobleza «felipista» aumentó y la «fernandina» disminuyó. Pero entre sus fieles se contaron el arzobispo de Toledo, Cisneros, y don Fadrique de Toledo, duque de Alba.

La integración de los reinos periféricos en torno a los dos mayores reinos patrimoniales de Castilla y Aragón fue importante, así como en las guerras de Italia. Pero en donde alcanzó una gran altura fue en la guerra de Granada, donde brillaron sus condiciones de estratega: «Yo comeré a esa Granada uno a uno sus granos», cristaliza en una guerra total en la que compite con las nuevas tácticas empleadas por el Gran Capitán en las guerras de Italia. Será después de muerta la reina Isabel cuando promueva don Fernando la gran empresa institucional, jurídica y misionera de América, con el impulso dado al Congreso de intelectuales de Burgos, de donde surgieron las primeras leyes para los derechos indígenas del Nuevo Mundo. Y el respaldo y la fuerza dada a la Junta de Pilotos de la misma ciudad burgalesa, donde se replanteó y reforzó el Descubrimiento como empresa netamente española, reuniendo allí, bajo su presidencia, a los marinos españoles, que eran los mejores del mundo occidental, para crear una estrategia definitiva del Descubrimiento.