Historia
Gobernar la nave del Estado
Al estudiar los cuatro grandes grupos de metáforas de la literatura clásica y su tradición posterior, Ernst Robert Curtius, en su magistral «Literatura europea y Edad Media latina» (1948) –todo un pozo sin fondo de sabiduría–, analiza en el capítulo VII las metáforas relacionadas con la navegación y sus usos. Es sabido que la comparación con la náutica constituye uno de los recursos más fecundos a lo largo de la historia para designar el gobierno de la comunidad política, la cosa pública o el Estado. La imagen del gobernante al timón de una nave en la que cada cual cumple su cometido –desde el velamen hasta los cabos o el bogar– y que se enfrenta a la tormenta llamando a la marinería a una sola voz para lograr la supervivencia del colectivo es una de las más potentes maneras de aludir a esta labor. También sirve para describir, en lenguaje figurado, las múltiples asechanzas y peligros del gobierno, y las maneras de salir con bien de cada mal en un medio acaso tan proceloso e imprevisible como el traicionero Mediterráneo. No es extraño que fuera en la Grecia antigua cuando por primera vez se conceptualizó esta poderosa metáfora por parte del pueblo navegante por excelencia de la antigüedad y, a la par, del fundador del sistema de gobierno participativo que conocemos como democracia.
Las primeras referencias claras nos llevan a la lírica arcaica, pero a la de un poeta vehemente e implicado en las discordias políticas de su ciudad natal, Alceo de Mitilene (s. VI a.C.), que es el autor que consagra esta metáfora para hablar de su polis a la deriva y zarandeada por la tempestad a causa de la dañina discordia civil (stasis). Tal vez antes de Alceo fue otro lírico del siglo VII a.C., Arquíloco de Paros, el que utilizara por primera vez el tema de la nave del estado en unos versos conservados en papiro (fr. 56 A Diehl). Y todavía antes cabe recordar que la Ilíada de Homero llamó a Zeus, rey de dioses y hombres, kybernetes, es decir, timonel (por cierto, de ahí viene nuestra «cibernética», arte de navegar por la red). Seguramente es un tema heredado o ciertamente compartido con otros pueblos de la antigüedad con los que tuvieron contacto los griegos: así se ve en el cuento egipcio de «El campesino elocuente», datado en la convulsa época del Primer Período Intermedio o al principio del Imperio Medio (c. 1900 a.C), donde el protagonista pronuncia un discurso que se refiere al gobierno del faraón como una travesía «por el lago de la Justicia, si navegas sobre él con viento favorable». Pero fueron los griegos, evidentemente, los que profundizaron en la metáfora por la propio carácter participativo de sus sistemas de gobierno.
En todo caso, como es sabido, el propio verbo castellano «gobernar», como en otras lenguas modernas, recoge ese añejo símil: kybernao (como el latín guberno) será en sentido estricto «pilotar el barco», pero la metáfora del estado cundirá en la poesía de Píndaro (P.5.122) o la filosofía de Platón (Eut. 291d). En la literatura latina, la expresión será una de las favoritas de los discursos políticos de Cicerón, que la consagrará para siempre para el gobierno de la cosa pública («in gubernanda re publica», Rep. 1, 29). Aunque la cita más recordada, que sin duda se hace eco de su modelo literario Alceo, sea la del poeta Horacio, que advertía así de los peligros de regresar a las guerras civiles tras haber logrado la paz: «¿Te llevarán al mar, oh nave, nuevas olas? / ¿Qué haces? ¡Ay! No te alejes del puerto. / ¿No ves cómo tus flancos están faltos de remos / y, hendido el mástil por el raudo Ábrego, / tus antenas se quejan, y a duras penas / puede aguantar tu quilla sin los cables / al cada vez más agitado mar?» (Od. 1,14).
De Grecia a Roma: y de ahí, como siempre, a hoy. Uno de los pasajes más memorables de la historia antigua sobre la imagen de la nave del estado se lo debemos al historiador griego Polibio de Megalópolis (s. III-II a.C.), testigo de excepción del ascenso de Roma a la categoría de potencia universal y, según Ortega «la cabeza más clara de filósofo de la historia que produjo el mundo antiguo». Polibio describe así la degradación del sistema democrático ateniense, previa a su ruina: «Pues el pueblo de Atenas siempre pareció más o menos un barco sin capitán. En una embarcación así, cuando la tripulación teme los peligros de una tormenta se vuelve sensible y obedece las órdenes del comandante, cumpliendo admirablemente su tarea. Pero cuando tienen demasiada confianza en sí mismos y comienzan a albergar desprecio por sus superiores y a disputar unos con otros, cuando ya no piensan del mismo modo, y unos pretenden continuar la travesía mientras que otros presionan al capitán para echar el ancla, estos sueltan velas y aquellos se lo impiden y mandan que se recojan, no solo se produce un espectáculo vergonzoso para quien lo contempla desde fuera por el desacuerdo y la disputa, sino que esta situación se convierte en un peligro para el resto de los pasajeros a bordo; así que a menudo, tras escapar de los peligros del mar abierto y las tormentas más fieras naufragan en el puerto y cuando están cerca de la tierra». ¿Nos recuerda algo esta metáfora sobre nuestra democracia?
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