Historia
Gobierno versus oposición
A veces el hombre de la calle tiene la impresión de que la Transición ha fracasado y nos invade el pesimismo, como si España estuviera empeñada en dar un salto atrás de ochenta años resucitando el odio que muchos creíamos apagado
Cuando Sagasta y Cánovas, eminente historiador además de político, se pusieron de acuerdo para reinstaurar la Monarquía española superando los desarreglos de gobiernos puramente eventuales, coincidieron en dos puntos clave que a nosotros también afectan: no se trataba simplemente de volver al pasado y, además, Gobierno y oposición desempeñan papeles clave. Uno y otra responden a los intereses del Estado. De ahí que establecieran una especie de relevo. A todo partido conviene desde luego hallarse en el poder durante cierto tiempo haciendo efectivos los puntos de su programa. Pero no menos conveniente le resulta ejercer la oposición desde la que con menos compromisos y más racionalidad puede operar ayudando a que se consiga el bien y se eviten los errores en que lógicamente se incurre. De este modo dieron al viento el golpe militar de Martínez Campos y devolvieron a las Cortes muy eficazmente representadas un papel que con diversas variaciones venían ejerciendo desde 1348.
Esto es algo que nuestros directores políticos rechazan y especialmente lo hace Pedro Sánchez para su partido desoyendo las recomendaciones de sus correligionarios más experimentados que le inducen a aceptar los valores positivos de una oposición que permita demostrar al contrario donde se equivoca y proponga a las Cortes las soluciones positivas. Volvamos a las lecciones que nos dieron aquellos grandes maestros de un tiempo que nos parece lejano y no lo es. La política decía Cánovas «es el arte de lo posible... y en ella todo lo que no es posible es falso». Los dirigentes de nuestros días no parecen tener muy en cuenta dicha afirmación. Gobierno y oposición comparten el mismo deber: defensa de los ciudadanos y enderezamiento de los caminos hacia la meta justa. Es ciertamente significativo que ya entonces Cánovas perdiera la vida a manos de un terrorista. A un historiador impresiona probablemente más como político Práxedes Mateo Sagasta. Sus aportaciones al bien de España fueron más importantes cuando ejercía la oposición que cuando se sentaba en la cabecera del Consejo de ministros. Sin una oposición silenciosa a la vez obediente y constructiva no hubiera podido el franquismo alcanzar esa elogiada transición que ejecutaron las Cortes por él establecidas.
Don Marcelino Menéndez y Pelayo que como Cánovas ejercería la dirección de la Academia de la Historia llegó más lejos. Desde un catolicismo fuerte escribió una obra decisiva para mostrar la contribución que desde el otro lado de la barrera aportaron los heterodoxos para construir España «que es nación y gran nación» y no simples grupos colectivos como a los independentistas de ahora parece complacer. Si, hemos vuelto a los arévacos y vectones o, a lo que es peor, simples reinos de taifas. No deberían olvidar nuestros hombres de Estado el triste final de todos éstos aunque tal vez imaginen como alguno de aquellos lugartenientes que iban a poder imponerse a los demás. La Generalitat de Cataluña hace curiosos gestos para indicar que también Valencia y Baleares son cosa suya.
Durante siglos España fue una de las cinco naciones (diócesis es el término empleado por el Imperio romano) que constituyeron Europa. Precisamente una de las dos, con Italia, que conservaran el nombre latino. Es curioso comprobar que los más antiguos ejemplos de la grafía actual, Spanya, se encuentren en las comarcas pirenaicas y, también, que Cataluña, antes de adoptar este nombre se titulara a sí misma Marca hispánica. Como los cronistas que se guían por la pluma de un monje mozárabe que vivía cerca de Córdoba en el siglo VIII, esa España «se perdió» el año 711 como consecuencia de la invasión musulmana. Tardó más de quinientos años en recuperarse; una tarea trabajosa que obligó a establecer usos y costumbres diversos en cada una de las regiones que se recuperaban. Nunca sin embargo perdieron esa conciencia de unidad. Es curioso que en Cataluña y en épocas distintas se pusiera especial énfasis en afirmar esa condición. Pedro IV llamaba a Cataluña «la mejor tierra de España» y los defensores de Gerona frente a Bonaparte cantaban a sus enemigos la gran pregunta: ¿cómo quieres que me rinda si España no lo quiere? El episodio de 1714 es tergiversado por los nacionalistas: lo que Cataluña defendía era un modelo de Monarquía española, el de la Casa de Austria, por el temor que suscitaba el afrancesamiento de sus enemigos.
Estamos llegando al punto clave que me ha empujado a escribir estas líneas. Desde 1947 una laboriosa generación que pretendía superar los daños de una guerra civil alzándose por encima de los odios malignos, trabajó con silencioso empeño desde una oposición constructiva que no pretendía destruir sino construir, a fin de ejecutar una transición que permitiera volver a integrarse en los modelos europeos aportando también fuertes valores positivos que podían enmendar algunos errores que los nacionalismos europeos cometían. Y lo logró. Sin violencia ni ruptura obligando a mantenerse en silencio a los que preferían la violencia. Aquel 10 de junio de 1969 siempre será recordado como logro crucial. Juan Carlos iba a ser uno de los mejores Reyes de España.
Sin embargo vivimos tiempos difíciles. A veces el hombre de la calle tiene la impresión de que la transición ha fracasado y nos invade el pesimismo como si España estuviera empeñada en dar un salto atrás de ochenta años resucitando el odio que muchos creíamos apagado. La responsabilidad de los dueños de partidos se encuentra nuevamente ahí. Por desgracia no es algo que afecte únicamente a nuestro país. Toda Europa y con ella la cultura occidental se encuentra en peligro. Urge trabajar constructivamente y no sólo alcanzar el poder. La oposición constructiva no es una negación sino un compromiso: ayudar positivamente a que los demás no incurran en errores. Gobierno y oposición deben complementarse pues sólo de este modo, cumplirán las recomendaciones de Cánovas. El arte de lo posible. En otras palabras, el bien común.
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