Alfredo Semprún

La naturaleza como «estricta gobernanta»

La sucesión de tragedias en Argentina, por falta de inversiones y prevención, puede dar al kirchnerismo por amortizado

La naturaleza como «estricta gobernanta»
La naturaleza como «estricta gobernanta»larazon

Los aficionados a la náutica deportiva en Argentina saben que cuando el viento frío del sur rola a sureste, y se mantiene, las costas del río de la Plata pueden ser realmente inhóspitas. El mar se hincha, crece, y hay mareas llenas. Además, el viento empuja masas de aire húmedo hacia el interior y convoca lluvias. Es la «surestada» porteña con su refrán marinero: «viento del este, lluvia como peste», aunque los meteorólogos digan que no se cumple siempre. En fin, nada que no se sepa de antiguo. Pero este abril, la «surestada» ha sido especialmente severa. En dos fases, con sólo un día de diferencia, las nubes han descargado sobre Buenos Aires y la ciudad de La Plata una de esas mantas de agua que no recuerdan los más viejos del lugar. Si con el mar crecido se pierde capacidad de de-sagüe, qué no será si, además, los cauces de los arroyos están sucios, se ha edificado sin control y las obras hidráulicas imprescindibles sólo existen en los sesudos estudios y proyectos universitarios. Por eso, ahora, cuando se cuentan los muertos –van 51 sólo en La Plata– y los daños alcanzan cifras multimillonarias, suenan a vacío los «ya lo avisamos».

La Plata, «ciudad ideal», diseñada a finales del XIX a cordel, con sus hermosas avenidas en damero, ha sucumbido al desorden urbanístico, la corrupción y la desidia. La Plata había sufrido inundaciones graves en 2002, 2005, 2008 y 2010. Cada vez se señalaba al arroyo del Gato, contaminado y con el cauce mermado, como sospechoso habitual. Se desempolvaban los proyectos de ampliación de su cauce, el entubamiento y las obras complementarias; se anunciaban partidas del presupuesto, pero los gobernadores peronistas se sucedían, con la misma cadencia que las pantanadas, y todo seguía igual. Y con errores de libro, como la construcción de una gran refinería de petróleo, la de Ensenada, en una llanura pluvial colapsada.

La naturaleza siempre ejerce de estricta gobernanta: la inundación desbordó los depósitos de hidrocarburos. El crudo entró en contacto con los hornos y se incendió. Un tercio de la producción de refino de YPF quedó paralizado. «Fue demasiada agua», balbucean los responsables gubernamentales, mientras los ingenieros tratan de relanzar las líneas de gasolina y diésel en un país al borde del colapso energético, y cuando se necesita desesperadamente el combustible para la campaña de recolección de la soja. Tres días después de la tormenta, el viernes, más de 30.000 hogares porteños seguían sin luz sin que las empresas eléctricas fueran capaces de solucionarlo. «Faltan equipos. No ha habido inversión», se quejaba el alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, presunto adversario de Cristina Fernández para las próximas presidenciales. «La gente está harta, con bronca, indignada y tiene razón», decía el gobernador de la provincia, Daniel Scioli, el rival interno de la presidenta, tras aguantar con estoicismo los insultos y zarandeos de los damnificados. «Es el cambio climático», lanzan los terminales kirchneristas, como si les hubiera caído una peste medieval. Pero no. Hoy es la falta de obras hidráulicas, sometidas a una constante reducción presupuestaria; ayer, el deterioro de la red de transportes; anteayer, la imprevisión enérgetica, con las tarifas por debajo del coste real... Y, siempre, la inflación ocultada, las restricciones en el mercado de divisas, el comercio intervenido, la escasez de productos básicos, la delincuencia... Algo, sin embargo, se mueve en el interior de ese monstruo polimorfo que es el peronismo y que todo lo ocupa. Porque el cambio de humor de la población, el hartazgo, se percibe con nitidez, incluso fuera de la castigada clase media. Dicen que el proceso comenzó con la tragedia del tren de Buenos Aires y que las reacciones a lo ocurrido en La Plata no hacen más que confirmar la tendencia. No llegará a la catástrofe política, pero el justicialismo empieza a dar por amortizado al kirchnerismo y la pelea por la elaboración de las listas electorales de diciembre será intensa.