Historia
Las convulsiones catalanistas en la historia
Durante el último año de la Segunda República, el viraje a la extrema izquierda más radical y sovietizada del Partido Socialista pronto llevó a la Guerra Civil. Una repetición en una u otra forma de tal política no sería otra guerra civil, sino posiblemente la absoluta deconstrucción de España como nación
La característica de la historia de Cataluña es la de repetir aproximadamente cada siglo una gran convulsión. De los últimos ocho siglos, el único verdaderamente sosegado fue el XVI. En el siglo anterior –siglo XV– tuvo lugar una gran guerra civil y social, mientras que en el siglo XVII se desató la gran revuelta de una parte importante de catalanes contra la corona, que mantuvo a Cataluña durante poco más de una década bajo soberanía francesa, y que se resolvió con la pérdida del Rosellón y la mitad de la Cerdaña a favor de Francia. El siglo XVIII empezó con la gran guerra civil y dinástica en Europa por la sucesión al trono de España tras la muerte de Carlos II, que en lo que concierne a Cataluña se mantuvo entre 1705-1714, y que se saldó con la pérdida de los fueros para la Corona de Aragón y para Cataluña. A mediados del siglo XIX fueron frecuentes numerosos levantamientos e insurrecciones revolucionarias en Barcelona –«la ciudad más revolucionaria de Europa»– y la región más convulsa de España.
El movimiento catalanista moderno empezó en el siglo XX como una fuerza moderada y burguesa. Participaba plenamente en la vida nacional de España y quería liderar el reformismo liberal español, a una gran distancia de los vasquistas, por ejemplo. La radicalización emergió en los años 20, con un atentado terrorista que fracasó, aunque la Esquerra se hizo dominante durante la Segunda República.
El radicalismo catalanista nunca aceptó una mera democracia autonomista en España, y por ello participó en la insurrección revolucionaria de octubre de 1934, el primer escenario de la Guerra Civil. Aquel movimiento revolucionario revertió dos años después como una caja de Pandora para los catalanistas, porque entre 1936-37 dominaba la FAI-CNT, no los catalanistas, y la represión de la extrema izquierda revolucionaria condujo a la supresión de gran parte de la autonomía durante 1937-38 bajo el gobierno de Juan Negrín. En ese momento, los catalanistas radicales ya no apoyaban lealmente al gobierno revolucionario que habían alentado, sino que traicionando sus principios políticos trataron deslealmente de negociar la partición de España con otras potencias, intentándolo incluso con el gobierno de la Italia fascista.
El régimen de Franco anuló cualquier veleidad autonomista en Cataluña y el País Vasco. Bajo la monarquía constitucional contemporánea, el sistema democrático ha garantizado a Cataluña una autonomía muy extensa, más que la de cualquier otra región de Europa. Durante veinte años, el catalanismo relativamente moderado de Jordi Pujol se prestó a cooperar con el sistema, aún incumpliendo muchos preceptos constitucionales y negociando siempre mediante el chantaje más y más concesiones del gobierno español. Durante cuarenta años, los diferentes gobiernos españoles de centro-derecha y socialdemócrata, han ido adoptando la política del apaciguamiento de forma casi constante, con la firme creencia de que ello contentaría a los catalanistas, pero, como muchos otros políticos que en la historia desarrollaron una política de apaciguamiento se equivocaron, y los nuevos líderes del catalanismo radical están consumando otra nueva convulsión. En Cataluña misma, la historia de 1934 se repite en parte en 2017.
Sin embargo, en esta ocasión no se da, por ahora, la insurrección revolucionaria en otras partes de España y la polarización de la sociedad, que en los años treinta condujo al Frente Popular y la Guerra Civil. El gran peligro o amenaza de este momento no es el catalanismo sólo, sino la cuestión de la inestabilidad de una España muy dividida no tanto en el conjunto de su sociedad, sino en los diferentes partidos políticos nacionales y regionales. En estos momentos lo deseable sería la unidad de casi todos los sectores políticos, pero ello parece más que incierto e improbable. No obstante, el peligro puede radicar en imitar la creación de un sucedáneo del Frente Popular, en el que las izquierdas también rompan la unidad de España. Podemos está dispuesto a aliarse con los partidos catalanistas y vasquistas y otras formaciones nacionalistas para intentar la deconstrucción de España.
Nuevamente en 2017, como ocurriera en 1934, depende mucho de la posición del Partido Socialista, que es voluble y muy incierta. Durante el último año de la Segunda República, el viraje a la extrema izquierda más radical y sovietizada del Partido Socialista pronto llevó a la Guerra Civil. Una repetición en una u otra forma de tal política no sería otra guerra civil, sino posiblemente la absoluta deconstrucción de España como nación.
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