José Luis Requero
Lobo de verano
La Ley del Registro Civil de 2011 sólo prohíbe los nombres que sean contrarios a la dignidad de la persona o confundan su identificación; por sentido común también prohíbe imponer el nombre de un hermano vivo con idénticos apellidos
Casi llega a la categoría de serpiente del verano porque lo que tenía trazas de polémica social se abortó. Doy por hecho que conocen el suceso al que me refiero: el empeño de unos muy tatuados padres fuenlabreños en poner a su hijo como nombre propio Lobo. El Registro Civil de Fuenlabrada lo rechazó y el Ministerio de Justicia lo corrigió rápidamente inscribiendo al futuro don Lobo.
La Ley del Registro Civil de 2011 sólo prohíbe los nombres que sean contrarios a la dignidad de la persona o confundan su identificación; por sentido común también prohíbe imponer el nombre de un hermano vivo con idénticos apellidos. En la de 1957 no se apelaba a la dignidad, sino que se prohibían aquellos nombres que objetivamente perjudicasen a la persona y en cuanto a la identificación, los que indujesen a error en cuanto al sexo.
No creo que llamarse Lobo sea indigno pues lobo como animal no deja de imponer respeto, igual que León, nombre que viene de antiguo, es más, es de destacados pontífices como san León Magno. Otros animales sí que darían un toque más zoológico al neonato, pero el lobo, aparte de marca turronera, es muy metafórico: atribuye un talante aventurero –lobo de mar–, huraño –el lobo estepario de Hesse–, peligroso –lobo hambriento– y hasta terrorista, el actual lobo solitario. Que sea un apellido tampoco parece necesariamente impeditivo, al fin y al cabo hay nombres y apellidos intercambiables como el pujante Martín.
Siempre ha habido nombres faunísticos pero porque están en el santoral: el citado León, Marta por Santa Marta o Paloma por la Virgen de la Paloma. Que yo sepa en el santoral no hay ningún san Lobo o santa Loba, con lo que el don Lobo fuenlabreño tiene una responsabilidad que no sé si sus progenitores habrán contemplado: ser santo. Aparte del bien que haga, de él dependerá que un Lobo ingrese en el santoral, con lo que se cumpliría ese educado ruego del Derecho de la Iglesia que sólo pide que se procure no imponer nombres contrarios al «sentir cristiano». Para empezar, que me lo bauticen.
De lo dicho cabe concluir que ya todo es cuestión de gustos. De la mano de los inmigrantes de origen sudamericano y, en general, de la cultura –quizás subcultura– televisiva, vemos extrañas mezcolanzas de nombres vétero o neotestamentarios con otros hollywoodenses o del mundillo del famoseo o del cómic. Además en tiempos tan descreídos, de redes sociales y chats, más que poner un nombre parece que algunos padres eligen un nick o apodo twittero o feisbuquero, lo que quizás explique que se haya buscado el patronazgo en personajes con predicamento en internet como el mutante Lobezno o el tarantiniano «señor Lobo». En fin, por lo menos los liberales y masonazos decimonónicos tenían clase y se zafaban del santoral eligiendo nombres de prohombres de la antigüedad clásica.
El sentir cristiano de imponer el nombre de un santo que coloque al nacido bajo su intercesión no predomina y aún en épocas de mayor fe ha sido más frecuente imponer los nombres de familiares. Sí está abandonada esa lotería que era imponer el del santo del día y, ciertamente, algunos nombres del santoral quizás choquen con las prohibiciones de la ley civil: qué peligro tenía nacer el día de san Cucufate. En todo caso ante tanta horterada de moda sorprende su tolerancia registral y, en cambio, su empecinado rechazo a nombres como Josemaría, por San Josemaría, santo cuyo patrocinio no pocos padres hemos querido para un hijo nuestro.
Decía que la reacción ministerial prolobuna fue rápida y lo que apuntaba maneras de polémica de estío se abortó ante el riesgo de irse de las manos: estaba en las redes sociales, en la prensa y los progenitores del lobezno tenían la solidaridad podemita; luego en un verano de alto voltaje político, polémicas las justas y menos si arrojan connotaciones de intransigencia sobre un gobierno en funciones. Para zanjarlo se sentó un precedente censurable: con tal de que no haya jaleo, vale todo, máxime si se actúa como quiere la calle, una receptividad que muchos de sus desengañados electores gustarían en relevantes y contestados temas.
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