Restringido
Navegando con tiempos duros
Ángel Tafalla
Escribo esta tribuna desde Sangenjo, en la orilla norte de la Ría de Pontevedra. El que no crea en Dios debería venir a las Rías Bajas y ver dónde puso al menos tres de sus dedos, lugares que hoy conocemos como las Rías de Vigo, Pontevedra y Villagarcía. Quizás no puedas ver a Dios desde aquí, aunque tal vez sí llegues a escucharlo algunas veces –especialmente los días de temporal– y eso que en su infinita misericordia decidió proteger a sus tres Rías de la furia del Atlántico Norte con las oportunas islas; por eso no entra la mar con toda su fuerza hasta el fondo. Por cierto, que los marinos aprendemos todo esto y además a rezar, navegando.
Hasta aquí también llega la furia de la situación política española, eso sí, un poco amortiguada, como si estuviéramos navegando ya por la Ría. Cervantes cita aquella copla vieja que pudiera ser de aplicación a la situación actual: puesto ya un pie en el estribo (de unas nuevas elecciones generales)/ con las ansias de la muerte (=el incierto resultado de las mismas)/ gran señor (= los votantes), ésta te escribo. La ansiedad es mala compañera de viaje, sea éste por mar o tierra. Ansiedad es lo que creo que sufren hoy en día amplios sectores de la sociedad española.
Desde mi retiro gallego desearía compartir con Uds. una cierta confidencia. Durante largos años me he preguntado quién sería el principal culpable de la pobre situación política de España ¿El pueblo o sus políticos? Creo haber encontrado aquí la respuesta: ambos tenemos una especial responsabilidad en haber caído en el hoyo actual. El que el pueblo sea soberano no quiere decir que no pueda equivocarse; tan solo significa que únicamente la Historia lo puede juzgar. Ella ha sido testigo de muchos errores colectivos.
Parece claro, a la vista del resultado de las últimas elecciones, que nuestro pueblo no vota lo más conveniente para él, sino que lo hace para castigar al político que falla ante sus ojos, llámese éste González, Aznar, Zapatero o Rajoy. No se vota aquí en positivo, sino como ejecutando una cierta venganza. Pero al que no sabe a dónde va, es conocido que ningún viento le será favorable. Lo negativo no sirve para marcar rumbo.
Los miembros de esas organizaciones cerradas –endogámicas– que llamamos partidos políticos aprenden pronto que es mejor caer bien al correspondiente jefe de línea que al anónimo votante. No creo que la corrupción política sea la enfermedad, sino meramente un síntoma de la misma. El mal verdadero es que no tenemos resuelta la financiación de unos partidos políticos que, dotados de unos inmensos poderes administrativos, cuentan con pobres recursos económicos legales para mantener en marcha su voluminosa maquinaria interna y propagandística. Al tener que dotarse de fondos por procedimientos oscuros, la corrupción aflora entre los conseguidores que si se arriesgan por el partido, desde luego van también a embolsarse sustanciosos porcentajes como compensación. Hay aquí mucho cinismo entre los que están en el «secreto», pero esto no se va arreglar castigando al último en el poder, ni votando a nuevos partidos que cubren con ideología (trasnochada) su falta de experiencia administrativa. Se arregla con la luz y los taquígrafos de una nueva ley que parta de reconocer que gran responsabilidad y financiación insuficiente es un cóctel explosivo. Si los partidos políticos son un mal necesario –ya que no hemos encontrado nada mejor todavía–, no vamos a poder evitar las donaciones interesadas, procedan éstas de un constructor de obras públicas nacionales, de una cadena de supermercados, de Venezuela o del infierno. Por cierto, éstas últimas más que conocidas deberían estar prohibidas y perseguidas. Pero, como mínimo, tratemos de que se conozcan –que sean públicas– para que el votante sepa qué intereses representan.
Todos tenemos, pues, una cierta responsabilidad en haber alcanzado el punto en que nos encontramos; pero no es castigando al chivo expiatorio de turno, sino identificando y eligiendo la solución menos mala, como saldremos del hoyo. Especial atención deberían prestar los votantes trapecistas ante el inminente salto, pues esta vez lo haremos con las dos redes de seguridad –la UE liderada por Alemania y la OTAN de EE UU– bastante deterioradas. Si fallamos la acrobacia, nadie va a preocuparse excesivamente por nosotros porque bastante tienen con lo suyo. Así que mucha atención al trapecio. A ver cómo votamos porque esta vez sí que podemos volar. Hacia abajo, naturalmente.
Si la mar es imponente vista desde Sangenjo, la tierra es amable, inspira y modera. Especialmente por la mañana –antes de que el sol caliente– cuando parece que del campo brota una bruma que asciende hacia el cielo. Suelo recorrer a pie el valle del Salnés cubierto casi por completo de viñedos de uva albariño. El paraíso ese que perdimos cuando nuestros primeros padres se equivocaron debió ser algo parecido a esto. Estas tierras generosas –y las otras de España– se merecen buenos políticos, pero recordemos que los que tenemos los elegimos nosotros. Tenemos, pues, lo que nos merecemos. No nos hagamos, pues, más daño persiguiendo utopías. La mejora de lo regular siempre será preferible a saltar al vacío sin red. Como ven, un punto de vista muy gallego. Por cierto, que yo soy madrileño de familia aragonesa y navarra, pero he aprendido de los gallegos. De algunos.
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