Demografía

Permítame que insista

Esto es lo que ya hago en estas páginas desde hace cierto tiempo: insistir en que tenemos un problema muy grave. Me refiero al problema demográfico de España

La Razón
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Pues eso, permítame que insista. Tomo el ejemplo de la publicidad, de la que no soy experto, pero supongo que sus técnicas pasan por dar con algún eslogan atractivo y, sobre todo, insistir e insistir. Esto es lo que ya hago en estas páginas desde hace cierto tiempo: insistir en que tenemos un problema muy grave. Me refiero al problema demográfico de España.

Desde hace ya bastantes año se dice una y otra vez que nuestro crecimiento demográfico es cero, que no hay sustitución generacional, y no parece que se reaccione; como consuelo, se dijo que gracias a la inmigración el panorama no sería tan negativo como se pinta, pero la realidad es que la crisis se ha llevado a un número considerable de extranjeros, a lo que hay que añadir dos datos más: uno, que esos inmigrantes cuando llegan aquí acaban occidentalizándose para lo bueno y para lo malo, en concreto copian el modelo de familia, no ya reducida sino mínima. Y dos, a ese crecimiento negativo añádase la pérdida de nacionales que buscan fuera de España un empleo.

Los últimos datos de este problema los acaba de presentar el Instituto de Política Familiar. Según su informe, cada día se producen en España 1.171 nacimientos; podrían ser 1.431 pero de esa cifra hay que descontar los 260 abortos, también diarios. La consecuencia es que se necesitarían unos 719 nacimientos más al día para asegurar el nivel de reemplazo generacional. Que no hay ese reemplazo viene del dato de la población que perdemos: cada día hay 1.082 defunciones y se marchan unos 610 inmigrantes. Envejecimiento y despoblación.

A la vista de tal panorama desde hace ya muchos años se viene clamando por políticas de apoyo a la familia, bien a base de ayudas directas como indirectas. Estas últimas haberlas, haylas, y en cuanto a las primeras nuestro panorama sonroja si se compara con otros países europeos. Ahora que se nos advierte de nuevo por nuestro creciente déficit hay que preguntarse por su origen y lo imperdonable que es que se hayan sacrificado gastos vitales –por ejemplo, este que comento, de ayuda a las familias– por otros netamente políticos y hasta electoralistas.

Recuerdo que en la época de Aznar desde la Federación de Familias Numerosas –yo era secretario– reclamábamos esas ayudas y se nos decía que la verdadera ayuda era una economía próspera, paro reducido, etc. Bueno, antes y ahora bienes de primera necesidad para sacar adelante a una familia siguen siguiendo o artículos de lujo o el empeño de toda una vida. Pienso en la vivienda y esto conjúguese ahora con la incertidumbre laboral o los infrasueldos.

Aun así, no tengo claro hasta qué punto las ayudas directas podrían aliviar ese desastre demográfico. Tenemos un problema, cierto, pero intuyo que su causa no es atribuible sólo a la ceguera de nuestros políticos. En su raíz hay unos planteamientos individuales que hacen que la falta de ayudas públicas no sea determinante del problema: hay que indagar en la manera de concebir la sexualidad, la familia, el esfuerzo y los sacrificios que se está dispuesto a asumir para formarla, si es o no una prioridad vital, la sobreprotección de los hijos, la fugacidad de las relaciones, etc.

Lo que sí puede exigirse a los poderes públicos que no empeoren el problema. Por ejemplo, de nada sirven los datos sobre la mejora del empleo si se basan en un sistema económico que exige unos sueldos con los que es imposible independizarse y tener hijos. En otro orden, ya he dicho cuántos nacimientos diarios se precisarían para el relevo generacional, el Estado del Bienestar, pensiones, etc., de ahí lo suicida –por ejemplo– de una legislación no «pro», sino antivida. Si atendemos a los datos históricos del Ministerio de Sanidad, desde que somos una potencia abortista se han contabilizado 1.966.217 abortos legales: ¿se imaginan ustedes que todas esas vidas no se hubieran destruido? Y añádase el aborto «no computable» fruto de la reproducción asistida o de la píldora abortiva. Y mientras, la tercera edad en aumento, de manera que no descarten que algún día un asesor o analista de cerebro macroeconomizado vea la eutanasia como remedio que palie las consecuencias del envejecimiento y sus cargas.