Relaciones internacionales

Putin y los ultras europeos

Llamaría a los europeos a no ser engañados, dado que el antiamericanismo de Putin está solamente causado por su percepción de la debilidad rusa y su objetivo no consiste en limitar el poder estadounidense, sino en desarrollar el ruso al mismo nivel

La Razón
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Hoy en día, muchos políticos europeos muestran un tipo de afinidad emocional con la Rusia de Vladimir Putin, creyendo que éste es un «hombre de Estado», capaz de tomar decisiones clave en lo que concierne a política exterior, controlar a la oposición interna e, incluso, retar a Estados Unidos en el ruedo global. Como se pudo leer recientemente en «Le Figaro», no sólo Marine Le Pen, sino figuras mucho menos radicales de la política francesa, como Dominique de Villepine o François Fillon, muestran su apoyo al presidente «perpetuo» de Rusia. Para mí, en calidad de ruso, este hecho me parece ridículo dado que ni siquiera puedo entender por qué la extrema derecha europea y la extrema izquierda (así como espectros más centristas y gente de a pie de calle) unen fuerzas para apoyar a Putin.

Fijémonos primero en la ultraderecha. Actualmente, todos ellos, desde la anteriormente citada Marine Le Pen al austriaco Norbert Hofer o el húngaro Viktor Orban, afirman que el futuro de Europa pende de un hilo debido a la nueva ola de inmigrantes a los que se les está permitiendo el acceso a la zona Schengen. En contraposición a las supuestas políticas de puertas abiertas, parece que Putin es el mejor protector de la nación rusa y sus fronteras enfrentándose con dureza a la afluencia de inmigrantes islámicos que llegan a su país. Sin embargo, esto no es cierto. En 2014, más de 12,6 millones de inmigrantes (de los cuales, más de tres cuartos provenían de países de la antigua órbita soviética) residían en Rusia, mientras que, en Austria, las personas que poseen un pasaporte no europeo representan el 6,3% de la población, en Alemania, el 4,8% y en Francia, el 4,1%. En Moscú, el número de inmigrantes registrados se mantuvo en más de dos millones en 2014, de una población de un total de 11 millones, y un millón más de inmigrantes residían allí sin haberse registrado. Así que resulta sorprendente cómo una persona que ha dejado entrar de manera masiva a inmigrantes sirva de inspiración a los defensores de ideas xenófobas en Europa. Estos admiradores demuestran tener muy poco conocimiento de lo que sucede en Rusia.

También resulta interesante lo que ocurre en la extrema izquierda europea, donde el apoyo a Putin proviene del partido de Tsipras, Syriza, y de los alemanes Die Linke, liderados por Bernd Riexinger. Como izquierdistas, se declaran firmemente anticapitalistas, con el señor Tsipras, por ejemplo, acusando enérgicamente a los oligarcas griegos de «empujar a nuestro país hacia el abismo» y de ser «responsables de de la depreciación griega en un nivel internacional». Al mismo tiempo, estos políticos están lanzando odas a Putin como si éste fuera un firme defensor de los derechos de los trabajadores y la persona a la que se le debe la construcción de un nuevo estado social en Rusia. Pero, estos días, todo el que sigue de cerca la actualidad rusa habrá visto que el sueldo medio del país, calculado en dólares o euros, es más bajo que en China, que los sindicatos independientes se han extinguido y que la pensión media es de menos de 200 dólares al mes. De igual modo, más de 20 miembros del círculo cercano de Putin se han hecho billonarios (incluyendo su yerno), el porcentaje de la riqueza estatal que controla el 0,2% de la población excede el 70%, el liderazgo político está extremadamente corrompido y el coeficiente Gini que mide la desigualdad en la renta, se mantiene en el 0,46, comparado con el 0,31 de Alemania o el 0,38 de Grecia. Por este motivo, considero que resulta igualmente extraño oír que la extrema izquierda, que enarbolan la bandera de la defensa de los derechos de los trabajadores y de la justicia social, se ponen al lado del político más corrupto del mundo.

Uno podría decir que Putin es popular en Europa por dos motivos: por un lado, representa a los «valores tradicionales» al tiempo que predica una actitud antiamericana manteniendo que los países europeos tendrían que volver a establecerse como sujetos activos de la política global.

En relación al primer punto, diría que lo que uno puede ver en la Rusia actual como un comportamiento político marcado por una preocupación obsesiva con el declive de la comunidad y los cultos compensatorios a la unidad, realmente abandona las libertades democráticas y persigue con violencia y sin ninguna limitación legal o ética objetivos de consolidación política interna y expansión externa. Si hubiera que poner esto entre comillas, estas palabras constituyen la definición de fascismo de Robert Paxton. Los líderes europeos que sintonizan con Putin deberían entender claramente lo que es realmente el conservadurismo y el tradicionalismo que representa.

En cuanto al segundo punto, llamaría a los europeos a no ser engañados, dado que el antiamericanismo de Putin está solamente causado por su percepción de la debilidad rusa y su objetivo no consiste en limitar el poder estadounidense, sino en desarrollar el ruso al mismo nivel. Y, supongo que los europeos recordarán cómo era la vida en los tiempos en los que la Rusia Soviética era lo suficientemente poderosa como para enfrentarse a Estados Unidos.

En resumen, el apoyo de ciertos sectores europeos al régimen de Putin supone una enorme dosis de irracionalidad que no representa las verdaderas virtudes europeas.

Vladislav Inozemtsev es director del Centro de Estudios Postindustriales de Moscú