José Jiménez Lozano
Sefardíes e inditos
Una ley de junio de 2015, que ofrece a los judíos sefardíes la posibilidad de tener la nacionalidad española, además de su propia nacionalidad, parece que es algo que debería haber ido de suyo muchos años atrás, y tal posibilidad ahora parece un descubrimiento más del Mediterráneo, aunque de todos modos, bienvenida sea esa decisión.
Anteriormente a ella, hubo diversos tanteos desde principios del siglo XX, y en 1978 el Ministerio de Asuntos Exteriores habló incluso de abolir el decreto de expulsión de los judíos dado por los Reyes Católicos en 1492, pero se vio enseguida que esto sería un puro gesto y nada más, y que la historia por sí misma no sólo hacía que no tuviera sentido invalidar cualquier realidad legal tan lejana y ajena, y que hasta se corría el peligro de dar la sensación de pretender la manipulación de la historia, de manera que se dejó el asunto, pero ya estaba abierta la puerta a la decisión de ahora mismo.
De todas maneras, al margen de toda política e incluso del ámbito jurídico, los hispano-judíos o sefardíes se han sentido «naturaliter hispani» o españoles por naturaleza, y en menor medida podemos aludir tanto a islámicos conversos, como a los indios suramericanos que hablan también español, y siguen llamando «Nuestro Señor el Rey» al rey de España, y ciertamente no han olvidado todavía que, fueran como fueran las cosas, los hechos de la conquista y de la colonización, la ley y el poder político de España los amparó y los defendió, denunció su injusticia y la castigó. Y tienen una memoria agradecida.
Y es de ayer mismo esta actitud en el caso de los judíos, cuando llegó la furia del antisemitismo nazi, y casi todo el mundo se lavó las manos, España acogió a los judíos, los hizo objeto de intervenciones diplomáticas y los proveyó de pasaportes que protegieron a miles de ellos con la nacionalidad española. Y no era cualquier cosa entonces este hacerse oír por el poder nazi, y este convertirse España en el gran amparador legal y fuente de documentación eficaz para sustraer a los judíos del horror, lo que España creyó que era un deber, pero también era un gran honor. Y ambas realidades fue.
Lo que pasa es que hasta España como entidad nacional y su historia han sido durante demasiado tiempo tenidas por puras antiguallas, y esto hizo por ejemplo que se negase un día no lejano, el pan y la sal en un festival español, a una canción judía, que reproduce el Salmo 137 con un recuerdo de Holocausto. Y es un hecho aislado y muy pequeño, pero deshonroso en el plano cultural mismo.
Y no sé si va a quedar mucho de España, del español y de la cultura española, o hablaremos simplemente inglés de Puerto Rico para la comunicación más primaria. Y entonces serían estos otros españoles, los sefardíes trasterrados en Marruecos o Salónica y los países del Este europeo, por ejemplo, los que nunca han renegado del país de nacencia o nación de sus «avos» los que conservarían la menospreciada herencia española. que se llevaron consigo, y un amor y un respeto a nuestra tierra y a nuestra historia, que a nosotros ya no nos va quedando.
Pero, si la negación de España y de lo español triunfa totalmente, y se llega a hundir la cultura española, lo que nos quedaría como patria es la herencia española del pasado, el universo espiritual acogido y guardado por los judíos españoles en la diáspora del mundo, que hablan español pero no el lenguaje inodoro, incoloro e insípido y globalizado que nosotros usamos, sino un español carnal y verdadero que está muy cerca de su candor primero y ha asumido después la significatividad de siglos, nombra con exactitud y tiene resonancias, en el alma, de los dioses y los hombres de antiquísimas culturas, como decía Jacob Burckhardt hace más de cien años que es una lengua propia, no la «koiné» de un comercio.
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