Kuala Lumpur
Vuelo MH370: especular sobre el destino de 239 cadáveres
El misterio del avión malayo ha tomado tintes delirantes. Uno se imagina el dolor de los familiares de las 239 víctimas, sacudidos por rumores y especulaciones inverosímiles que alientan esperanzas. Por supuesto, no sabemos que le pudo pasar al Boeing de Malaysia Airlines, pero en la época de las comunicaciones instantáneas –donde en cada bolsillo hay un teléfono móvil– y conociendo los sistemas de seguridad y emergencia de un moderno reactor –que incluyen uno o dos «botones» antisecuestros instalados aleatoriamente– la idea de que alguien a bordo, uno de los pilotos o un intruso con conocimientos de aviación capaces de inutilizar todos los medios de comunicación, haya volado durante siete horas sin ser, primero, detectado positivamente como «intruso» por los radares de vigilancia de media docena de países y, luego, interceptado por las PAC –«Patrulla Aérea de Combate»– de cualquiera de ellos, roza la ciencia ficción. Más aún, en una región preñada de tensiones, con aguas en disputa y contenciosos territoriales de larga data. Pero si todo un primer ministro, en este caso malayo, afirma siete días después del incidente que eso es lo que ocurrió, no cabe más que aceptarlo. Y, sin embargo, hay demasiadas cosas que no cuadran y, la primera de ellas es por qué alguien querría desviar un avión seis mil kilómetros de su ruta para acabar estrellándolo. Y la segunda, si así fue, porque no saltaron las radiobalizas de impacto, situadas en el fuselaje fuera del alcance de cualquier saboteador, una vez que éste se produjo. Queda la otra hipótesis, muy cinematográfica, de que el avión haya tomado tierra en algún lugar ignoto. Dado el radio de acción del aparato, antes de quedarse sin combustible hubiera podido llegar hasta el Kazastán o hasta la misma Australia. Se hace difícil pensar en una organización capaz de habilitar una pista con el firme y la longitud apropiada para recibir un Boeing 777, que es un avión muy grande, pero podría ser. Aunque la cuestión no se resuelve: para qué tanto esfuerzo de planificación si todo queda en el secreto. Ayer, la Policía de Malasia registraba los domicilios de los pilotos en busca de indicios, de predicciones de suicidos. También se revisaban las biografías de los 239 pasajeros y tripulantes del avión, por si entre ellos apareciera el perfil de un terrorista, un loco o un extorsionador. Y sin embargo, con todo el peso de la autoridad del primer ministro malayo y aceptando, por experiencia de oficio, que la realidad siempre supera a la ficción, se hace difícil sustraerse a lo que decían las informaciones de las primeras horas, cuando el mundo mundial y todas sus redes miraban con indiferencia lo que parecía un accidente de aviación más: que el vuelo MH370 entre Kuala Lumpur y Pekín había desaparecido de las pantallas y que las autoridades de Vietnam habían señalado su caída a 300 kilómetros al sur de las islas de Tho Chu, entre las aguas territoriales de Vietnam y Malasia, y dentro de la ruta prevista por el avión. O todo se lo inventaron los vietnamitas o algo tan elemental como el control del tráfico aéreo no funciona en el sureste asiático en pleno siglo XXI. Mientras, las familias de las víctimas se aferran a una nueva esperanza.
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