Las correcciones

Ni vasallos de Trump ni de Xi Jinping

La independencia europea sería negociar un acuerdo de libre comercio con EE.UU. y la entrada en el enorme mercado chino

El presidente francés, Emmanuel Macron, es un maestro a la hora de suscitar debates sobre el futuro de Europa, pero le ha faltado el pouvoir para aterrizar esas disertaciones en el plano de la política y hacer avanzar a la Unión Europea en la dirección adecuada. Francia actúa como la cabeza pensante del proyecto europeo y Alemania, la gran locomotora. Europa, a fin de cuentas, es el eje franco-alemán.

Pero Macron, a pesar de ser un seductor nato, no ha sabido atraer a su lado al canciller de turno. Ya sea por personalismo o por debilidad no llegó a conectar con Angela Merkel como tampoco supo generar complicidades con Olaf Scholz, incluso en un contexto tan convulso como el actual. Y eso ha restado fuerza a sus ideas que se han quedado en el plano teórico (¿hasta ahora?).

En abril de 2023, advirtió que Europa corría el riesgo de ser «un vasallo» de Washington o Pekín si no se comprometía con lograr una autonomía estratégica en defensa. Avisó, al regresar de China, de que la UE podría quedarse atrapada entre los dos bloques si el conflicto se aceleraba.

Pues bien, dos años después, la guerra arancelaria de Donald Trump aboca a Estados Unidos y a China a un choque brutal de consecuencias impredecibles en el que Europa se encuentra en medio. Xi Jinping está convencido de que su país está mejor preparado para aguantar el shock y ha tomado represalias con aranceles equivalentes, ha prohibido las exportaciones de metales estratégicos y ha activado el «botón nuclear» de la venta de bonos del Tesoro. Como resultado, Trump dio marcha atrás a sus «aranceles recíprocos» en todo el mundo para concentrarse en su enfrentamiento a cara de perro con Xi Jinping.

Los europeos, sin embargo, no deben relajarse. La tregua temporal decretada por Trump podría ser un espejismo. Las conversaciones entre la Unión Europea y Estados Unidos no han dado los resultados deseados, aunque desde Bruselas se está dispuesto a seguir intentándolo. Pese al trumpismo existe el convencimiento de que la relación transatlántica es la piedra angular de la seguridad y la prosperidad global. Por eso, Europa no puede precipitarse y tirarse a los brazos del gigante chino. En este «impasse» hay quien ve el viaje de Pedro Sánchez a Pekín como una oportunidad, pero también como un oportunismo o un escapismo (a tenor de los escándalos que le acechan).

En un inédito acercamiento de un líder alemán a las tesis de Macron, el futuro canciller, Friedrich Merz, ha dicho que Europa tiene que ser «independiente de Estados Unidos», pero eso no significa ser una comparsa de China (recuerden las palabras del francés). Pekín, que tiene vetado el acceso a EE.UU. con aranceles del 125%, ve ahora en el mercado común una salida alternativa a su exceso de producción. De ahí su cortejo al presidente Sánchez. El viejo continente (y España) se equivocarían si levantaran las barreras al comercio chino sin pedir contraprestaciones. La UE debe mantener la cabeza fría y tratar de conseguir lo mejor de los dos mundos. Tiene que negociar el acuerdo de libre comercio con Washington –como pide Elon Musk, hostil a Europa hasta que los aranceles han puesto en peligro las ventas de Tesla– al tiempo que negocia con Xi una apertura de su enorme e inexplorado mercado interior.