El canto del cuco

Veinticinco años después

Manos crispadas agitan banderas en la calle donde alza la voz una muchedumbre de españoles airados, preocupados por la suerte de la nación. No son buenos tiempos para la reflexión serena

Este periódico cumple 25 años y hay que celebrarlo. Eso sí que es capacidad de resistencia. Abarca lo que va de siglo y las últimas boqueadas del siglo pasado. Y ahí está, tan campante. Tiene mérito. En este cuarto de siglo se ha visto azotado por cambios vertiginosos. Estos, con la irrupción de internet, amenazan la pervivencia misma de la prensa de papel, que sólo encuentra refugio en el vértigo de lo digital y en la incógnita, tan ilusionante como inquietante, de la inteligencia artificial. Apenas se ven ya quioscos de prensa en Madrid. Y quedamos ya pocos testigos de este histórico salto mortal hacia lo desconocido. Nací tal día como hoy, cuando escribo; nací a la luz de un candil, porque al pueblo aún no había llegado la luz eléctrica. Aquel día nevaba y los españoles estaban en guerra. Quiero decir que vengo de muy lejos. He pasado del arado romano a la robótica. Así que estoy curado de espanto, agobiado si acaso por el calentamiento global y la destrucción del planeta Tierra, nuestra patria común.

Hay cosas que no cambian. Los pueblos del interior siguen muriéndose y la columna vertebral de España se vacía y se descoyunta. Como símbolo de lo que pasa, mi casa de Sarnago, el edificio donde nací, que ha resistido en pie varios siglos, se derrumba sin remedio, no superará el invierno, y el antiguo reloj de pared, que dio la hora en el cuarto de afuera mientras yo nacía, está parado y arrumbado en el desván. Es sólo una metáfora, que me toca de cerca. La gente, como entonces, no cree en la política ni en casi nada. Por no creer, está de moda no creer en Dios. En eso hemos retrocedido en este cuarto de siglo. La prensa de izquierdas, que ahora es conocida como «sanchista», agita de nuevo la campaña contra el clero. Volvemos a las andadas. Y, mientras tanto, prestigiosos intelectuales liberales, nada sospechosos de connivencia con el franquismo, certifican solemnemente que el PSOE, el partido centenario, ha muerto.

Manos crispadas agitan banderas en la calle donde alza la voz una muchedumbre de españoles airados, preocupados por la suerte de la nación. No son buenos tiempos para la reflexión serena. Veinticinco años después, «La Razón» observa con inquietud que se ha perdido la concordia constitucional. También en esto España ha retrocedido y corre el peligro de caer en el precipicio. Uno se acuerda, al llegar aquí, de la voz quebrada de León Felipe: «¿Por qué habéis dicho todos / que en España hay dos bandos/ si aquí no hay más que polvo?».