Con su permiso
Vender la bici
Que actúen, que legislen, que inviertan de verdad (los 20 millones de Sánchez no dan ni para la revisión de las bicis) y que siembren de conciencia y poden de burocracia la movilidad sostenible
Gelín, el primo de Andrés, tiene un Lamborghini. Le costó un dineral. Ya no recuerda, pero unas cuantas decenas de miles de euros, porque este tipo de vehículos tiene unas prestaciones tan singulares que lo convierten en algo único y excelente. Muy apreciado, por tanto. A Gelín le compensa, aunque en los últimos años el Lamborghini le pesa cada vez más.
Lo utiliza todos los días para ir a trabajar. Desde el asiento del conductor el horizonte se ve más amplio y el mundo está a sus pies. Además, las posibilidades de actuación profesional resultan imparables. Es la máquina que hace al hombre dueño del Universo. El objeto con el cual es capaz de imponer su designio sobre la mismísima naturaleza, domeñar a la Madre Tierra.
A Gelín le gustaría ir a trabajar en bicicleta, bien lo sabe Andrés, porque han hecho muchos kilómetros juntos. Desde críos. Recorrían las carreteras sinuosas y empinadas, metidas en bosques y montañas, cada vez que tenían ocasión. Incluso llegaron a participar en alguna competición ciclista por la zona. Con la edad fue decayendo el entusiasmo y las bicis quedaron arrumbadas hasta que murieron de inanición por falta de uso. Claro que le gustaría ir al trabajo en bicicleta, pero no puede.
Al contrario que Andrés, que cuando se fue a vivir a la ciudad, recuperó encantado las dos ruedas.
Mientras, su primo Gelín encarrilaba su vida profesional en la previsible dirección de seguir la tradición de la familia y se sumergía en oficio áspero y sacrificado, pero indispensable. Y se compró el Lamborghini.
Las cosas se le han puesto difíciles, pero Gelín sigue fiel a la marca porque la necesita. Alguna vez han comentado los dos lo cuesta abajo que se ha vuelto todo lo que tiene que ver con el mundo en que se desenvuelve Gelín, pero coinciden en que lo de la dificultad es en realidad un mal generalizado que sufren especialmente los más jóvenes. Es agricultor y ganadero. Menos mal que tiene el Lamborghini para facilitarle el trabajo. Es uno de los mejores tractores del mundo y se pasa en él la mayor parte del tiempo. No le sirve para viajar, aunque en alguna ocasión se lo llevó a Madrid para una tractorada dejándose un pastón en desgaste de neumáticos, pero sin él no podría sacar adelante ni a sus campos ni a su ganado.
Ahora resulta que la marca se airea como símbolo de riqueza, como contrasonido a la melodía de la movilidad sostenible, del respeto al medioambiente, según una campaña del gobierno que arranca de unas declaraciones del mismísimo Sánchez. Lo hablaban esta semana con la amable condescendencia con que los sabios dialogan sobre los errores de los demás (Gelín siempre dice que los que más saben son los que mejor entienden de errores porque el camino a la sabiduría está plagado de ellos). Coinciden en que esa campaña aún siendo pintona y original, parece un trabajo del adversario político para hacer quedar mal a los autores, o sea, al gobierno.
De entrada, por esa enésima identificación entre riqueza e individualismo, entre lujo e insolidaridad; frente a los poderosos que se mueven en Lamborghini, están los que, al amparo de la acción de un gobierno concienciado, lo hacen en medios más sostenibles o en transporte público. Una dicotomía que ya casi nadie se cree. Pero también por el fallo en el disparo al público objetivo. Gelín ha escuchado en la radio, y está de acuerdo Andrés en ese criterio, que la campaña se dirige a la conciencia de una parte de la sociedad que en realidad no necesita concienciarse sobre el uso del transporte público porque no le queda más remedio que ser usuario habitual. Y más aún de la bici, que puede resultar más barata. Son esos jóvenes de los que ellos tantas veces han hablado. Mensaje, por tanto, este del gobierno, con tópicos y por la banda equivocada.
El problema, como siempre, es que algo así se use también de ariete en las embestidas políticas. Crear conciencia sobre el valor de la sostenibilidad, de un transporte accesible y limpio no debería ser el argumento de una campaña de márketing político, de un toma y daca evidentemente estéril. Gelín desde su tractor y Andrés desde su conciencia ciclista creen que lo importante es que la sociedad se vaya acostumbrando a cambiar de hábitos. Que la Administración proponga y también disponga, pero que todos seamos conscientes de que las ciudades y los caminos no son patrimonio de los coches. Que las calles y las carreteras deben de ser territorios en los que quepamos perfectamente automovilistas, motoristas, ciclistas y hasta corredores. Todos. De eso sabe Andrés, porque ha colgado hace poco la bici después de que un coche lo arrollara y se largara sin ayudar. Nunca lo pillaron.
Que no nos vendan motos ni bicis ni mundos ideales. Que actúen, que legislen, que inviertan de verdad (los 20 millones de Sánchez no dan ni para la revisión de las bicis) y que siembren de conciencia y poden de burocracia la movilidad sostenible para que todos podamos llegar a ella y disfrutarla.
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