El buen salvaje
Los viejunos tenemos que hablar de Taylor Swift
Las candidatas a las próximas elecciones harían bien en ir al Bernabéu y tomar nota
Me pregunto que si el hecho de que me guste o no Taylor Swift es eminentemente generacional tendría que plantearme lo mismo ante otros fenómenos que me encantan, sin mediar comparación de edad, como el de Bad Bunny (mucho mejor cuanto más malote), el hombre que ha firmado algunas de las mejores canciones de este trozo del siglo XXI. Llego a la conclusión de que para un señor con canas, muchas, como yo, me podrían llamar «silver glam» pero no me lo llaman, es más fácil digerir a un malote braguetero («No, no me vuelvo a enamorar por ti», una canción con la capacidad de ingerir el sabor salado de las lágrimas) que a una chica buena que dispara al corazón de sus fans con letras de un lirismo a veces un tanto cuqui. Ahí tenemos una barrera que los años no me permiten saltar. La generación Z es de Taylor, pero las madres o las abuelas de las «swifties» españolas iban a los conciertos de Los Pecos y los vivían con la misma intensidad. No digo que Taylor sea como Los Pecos sino que hay una parte que hay que computar al apartado «está cantando lo que quiero escuchar». Buena parte del éxito de la cantante se debe a la autoficción, una corriente que también triunfa entre ciertos escritores y columnistas y que es mejor abandonar en el estante. Qué fatiga. Es lógico, pues, que la generación Z conecte con alguien que les cuenta los mismos sufrimientos y padecimientos sentimentales que ellos sienten.
La comparación entre Taylor y Shakespeare o Bob Dylan es un poco cutre. No es necesario llegar tan lejos. Lo bueno es que sus admiradores lleguen a la poesía a través de ella. La literatura se comparte ahora por lo que cante Taylor o lo que recomiende Rosalía. Ni tan mal. Taylor Swift no tiene un gran «hit», su música es un continium de su vida en capítulos sin que destaque unos sobre otros, con excepciones como «Cruel Summer», de su último disco. Cuentan que destaca su feminismo, pero en algunos títulos parece machista, según sus «haters», dicen que está a favor de todas las causas justas, pero cuáles son esas, en fin.
Taylor Swift, aunque no esté muy alta entre los preferidos de mi «playlist», era necesaria. Llega en el momento oportuno. Las candidatas a las próximas elecciones harían bien en ir al Bernabéu y tomar nota. No lleva la última moda. No provoca un efecto «wow». Si un partido la tuviera a su lado arrasaría. Más que el león de Milei y la hiena de Óscar Puente. Taylor tampoco tiene pudor en exhibirse, pero lo hace tan suave que diríase de algodón. Poesía (básica) pero pura.
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