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Una Monarquía al paso de España
La boda del Príncipe de Asturias con su prometida tuvo lugar dos meses después de los atentados del 11-M. Aquella tragedia señaló las nuevas amenazas globales que se ciernen sobre los países democráticos y liberales. La Monarquía compartía así, de una forma muy gráfica y dolorosa, el zarpazo con el que el siglo XXI se había instalado definitivamente en la vida y en la conciencia de los españoles.
Aquella tragedia cobra un significado nuevo con el final del terrorismo etarra. ETA, que apareció mucho antes de 1975, siguió golpeando después e incluso intentó atentar contra el Rey. Don Juan Carlos, como la democracia española, ha salido adelante. Sobre Don Felipe recae ahora la tarea de encabezar una lucha que no va a durar menos, ni va a ser menos dura. Se puede vencer, como ha quedado demostrado.
Pocos años después de la boda, llegó la crisis económica que acabó con años de prosperidad y desarrollo económico. La Familia Real, como el resto de los españoles, ha tenido que pasar por los ajustes correspondientes. Además, se ha enfrentado al de transparencia y de responsabilidad al que le obligaban –como a todos, otra vez– las circunstancias. Don Felipe habrá aprendido que, si bien la Monarquía se sostiene en siglos de tradición, nada se puede dar nunca por garantizado. La legitimidad no siempre garantiza la autoridad, más necesaria que nunca tras unos años en los que, por la crisis o por las decisiones políticas tomadas en este tiempo, se han reabierto algunos grandes debates: la estructura del Estado, las pulsiones separatistas, el descrédito de la política y la desconfianza en la representación. Don Juan Carlos tuvo que ganarse el puesto de Rey. Don Felipe ya ha tenido que luchar por él.
El inicio de la recuperación señala la continuidad, y el éxito, de una España que es capaz de sobreponerse a las dificultades con una energía en la que mucha gente no tenía confianza. Los españoles han demostrado una disposición poco frecuente a aceptar reformas difíciles, a adaptarse a las nuevas necesidades y a un mundo definitivamente globalizado. Los éxitos deportivos han venido a ser el símbolo de esta voluntad de ganar. A los futuros Reyes de España les corresponderá la tarea de acabar por fin, y para siempre, con la idea de una España derrotada, dividida, con dificultades para pensarse a sí misma como nación. Todo esto ha empezado a quedar atrás y la Corona no puede permanecer hipotecada en una vivencia errónea y desfasada de la identidad española. Don Felipe sabrá estar a la altura de este nuevo papel, de carácter histórico. Pocos Príncipes de Asturias habrán estado tan preparados, y pocos habrán sido tan conscientes de lo que significa el tiempo en el que viven.
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