Oración
Perder y ganar
Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid
Lectio divina del evangelio del domingo XVII del tiempo ordinario (Mateo 13, 44-52)
El tesoro, la perla, la red, el arca, son los símbolos desde los que hoy Jesús sigue revelando el reino de Dios. Ya nos ha enseñado que este se da sin escatimar, como la semilla que el sembrador prodiga con esperanza. También nos ha señalado que esa semilla encuentra la oposición y amenaza de la cizaña, contra la cual ha de crecer con fortaleza interior hacia lo más alto. Ahora sigue ilustrándonos sobre esa realidad divina y renovadora de lo humano bajo otros signos que nos muestran otras dimensiones y la exigencia de ese mismo reino:
“En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?» Ellos le contestaron: «Sí». Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»” (Mateo 13, 44-52).
Para tener, hay que saber perder. Esta es la paradoja de la verdadera vida: solo quien da, recibe; quien se ofrece a sí mismo, se encuentra. ¿Cuándo fue la última vez que estuvimos dispuestos a jugárnoslo todo por el reino de Dios, que es santidad, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14, 17)? Las sencillas parábolas de hoy nos hablan de la radicalidad de quien se dispone a conquistar las promesas de Cristo. El acento no se pone tanto en lo que se pierde cuanto en la maravilla de lo que se gana. Y este es un punto que marca la diferencia, pues el origen de nuestros fracasos y frustraciones está en que nos quedemos mirando más al pasado que al porvenir o aferrados a lo que nos ata en vez de buscar lo que nos libera. De ahí provienen los frenos que nos atascan en la vida, y siempre conviene recordar que si algo te detiene, no es Dios.
Jesús no se queda mirando hacia atrás, quizá al paraíso del Génesis, cuando el hombre gozaba de una unión límpida con Dios, ni tampoco a los momentos gloriosos del reino de Israel. Él inaugura y anuncia otro reino que va mucho más allá, pero que se construye aquí siguiendo su misma actitud decidida, compasiva y humilde. Porque él ha sido el primero en dejarlo todo para conquistarnos a todos. Ha dejado el cielo para traerlo a la tierra, y en esta tierra ha dejado a sus padres para tomar su lugar en la casa del Padre del cielo. Deja su dignidad de Señor para servirnos como un esclavo, y de esclavos nos ha convertido en señores. Deja a sus discípulos con sus expectativas tan cortas para ganarles la eternidad. Deja su carne para quedarse en el pan. Deja de ser pan para quedarse en lo más íntimo de nosotros… Así es Cristo, así ha de ser el cristiano, buscador de tesoros y señor de la perla más valiosa. Una vez que los encuentra, sabe redescubrir una y otra vez su valor para ofrecerlos en el momento propicio y seguir llenando los corazones de muchos. Hoy es el momento para lanzarnos a esa conquista del reino que se acerca a nosotros y espera que relativicemos todo en función de él.
Quien encuentra esta perla
es como el navegante frente al mar y al viento nuevo.
Brilla en los ojos del sembrador
sorprendido por el fruto insospechado.
Quien encuentra esta perla
emprende cualquier locura para ganarla.
Suelta las redes de sus luchas
y se lanza tras su escondida alegría.
Pero no basta con encontrar la perla.
El sembrador esparce el grano y sólo algunos germinan.
Las aves regresan cada primavera
sabiendo que volverá el otoño y la partida.
Muchos pudieran hallar el tesoro y no descubrir su secreto.
Tantos recorren el mismo camino
sin detenerse en sus misterios.
El murmullo de la perla apenas puede contar
sobre los soles y los mares.
Pero sabe traer a tierra el rumor de la hondura
y habla en su silencio sobre el gozo de allá adentro.
Así nos mueve a no dejar nunca de ir a lo profundo
para aprender a brillar.
✕
Accede a tu cuenta para comentar