Conferencia Episcopal
Dos varas de medir
La agresión al cardenal Rouco por las pro abortistas del grupo Femen es, desde la perspectiva de la Iglesia, un gran honor. Ser insultado por defender la vida, significa experimentar en carne propia, literalmente, lo que Cristo dijo: «Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el cielo». No podía el cardenal de Madrid terminar su etapa al frente de la capital de España y de la Conferencia Episcopal de una manera mejor, pareciéndose, de algún modo, al propio Cristo y a aquellos mártires madrileños que fueron asesinados por los comunistas en 1936.
Pero lo ocurrido tiene otra perspectiva, la de la justicia. Los «escraches» que han sufrido Rouco y determinados políticos –siempre de derechas, significativamente– y que algunos jueces han considerado legítimos, son parecidos a los ataques que los nazis organizaron contra los judíos en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Mientras tres dotaciones policiales protegían días atrás una clínica abortista en Madrid para que las que iban a matar a sus hijos no fueran molestadas por las personas que rezan el Rosario, el cardenal de Madrid puede ser insultado y agredido impunemente. Aquí hay dos varas de medir y eso tiene que ser denunciado y corregido inmediatamente. ¿Qué ocurriría si a las mujeres que van a abortar se les acercaran unas antiabortistas y las increparan llamándoles asesinas, arrojándolas de paso unos trapos manchados de tinta roja? ¿No sería el gran escándalo? En cambio las Femen pueden hacer lo que quieran con total impunidad, apoyándose en la libertad de expresión. El cardenal Rouco ha puesto la otra mejilla y ha hecho lo que debía hacer. Pero la injusticia es violencia y genera siempre violencia, no habría que olvidarlo.
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