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El Papa, a los líderes mundiales: «Acciones y no palabras»
Reclama una mayor decisión para responder de una manera justa a los desafíos de las armas nucleares, el narcotráfico, los conflictos internacionales o las desigualdades sociales
Reclama una mayor decisión para responder de una manera justa a los desafíos de las armas nucleares, el narcotráfico, los conflictos internacionales o las desigualdades sociales
Jorge Mario Bergoglio gozó ayer del escenario ideal para mostrar su capacidad de influencia como gran líder espiritual contemporáneo: la Asamblea General de Naciones Unidas. Ante cerca de 150 jefes de Estado y de Gobierno y representantes de 200 países, entre los que se encontraba el Rey de España, Felipe VI, Francisco realizó un discurso de gran calado en el que pidió que en todas las naciones se garantice una «mínima base material y espiritual» para que todas las personas puedan llevar una vida digna.
El Papa ligó en su alocución la protección del medio ambiente con la lucha contra la pobreza y recordó la necesidad de promover la educación como herramienta para la paz. Pidió que no se deje fuera de las aulas a las niñas, como ocurre en algunos países. En sus más de tres cuartos de hora de discurso, leído en español, recordó que sin la ONU el mundo probablemente ya se habría destruido por las guerras entre los distintos países. Este reconocimiento no impidió que pidiera una reforma de este organismo para que los países más débiles estén mejor representados. Dijo sin ambages que hay que acabar con el privilegio del que gozan los cinco miembros permanentes de su Consejo de Seguridad.
Aprovechó el exclusivo auditorio que tenía delante para cargar contra las instituciones financieras internacionales por infligir «sumisión asfixiante» a las naciones que, en teoría, deben apoyar en su desarrollo sostenible. «Lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia», denunció, en un llamamiento dirigido al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial. Los acusó sin nombrarlos de cometer «abusos» y de practicar «la usura» con los países en vías de desarrollo.
El cuarto Papa en hablar ante la Asamblea General de Naciones Unidas (antes que él también lo hicieron Pablo VI, san Juan Pablo VI por dos veces y Benedicto XVI) fue pasando revista a la situación política del mundo y celebró el reciente acuerdo alcanzado entre Irán y otras seis potencias internacionales para limitar el programa nuclear de este país asiático. Este nuevo entendimiento, que conlleva el fin progresivo de las sanciones a Teherán, es para Francisco una prueba «de las posibilidades de la buena voluntad política y del derecho, ejercitados con sinceridad, paciencia y constancia».
Como ya hizo en el Capitolio de Washington ante los congresistas y senadores estadounidenses, también ante los representantes de la comunidad internacional, el Papa utilizó el guante de seda a la hora de lanzar sus críticas. Les recordó a todos que, aunque la Carta de las Naciones Unidas indica que la búsqueda de la paz debe ser el cimiento sobre el que se construyen las relaciones entre los países, la realidad es bien distinta. La «proliferación de armas, especialmente las de destrucción masiva como las nucleares», niega en la práctica estas afirmaciones. Esas amenazas de «destrucción mutua» que siguen hoy lanzándose algunas naciones contra otras constituye «un fraude» a la construcción de la ONU.
En ese momento de su discurso, Francisco incluso se permitió recurrir al sarcasmo. Dijo que el pisoteo de aquellos principios fundacionales lleva a la creación de las «Naciones Unidas por el miedo y la desconfianza». Para no caer en esta caricatura, los líderes deben comprometerse a conseguir «un mundo sin armas nucleares, aplicando plenamente el Tratado de No Proliferación, en la letra y en el espíritu, hacia una total prohibición de estos instrumentos».
Al hablar de las distintas «llagas» del mundo, Francisco se detuvo en el narcotráfico. Lo consideró «otra clase de guerra» que, de forma silenciosa, lleva décadas cobrándose la vida de millones de personas. Es para el Papa un conflicto bélico «asumido y pobremente combatido» que, por su propia dinámica, «va acompañado de la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción». Esta última, que tantas veces ha denunciado en intervenciones anteriores, consigue penetrar en «los distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa» y genera, en muchas ocasiones, «una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones».
En este histórico discurso, que fue interrumpido más de 20 veces por los aplausos de los asistentes y saludado con una ovación final en pie, Francisco subrayó que la justicia es un «requisito indispensable» para conseguir llegar al ideal «de la fraternidad universal». «Ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales», advirtió, exponiendo a continuación las bases de un Estado justo: «La distribución fáctica del poder (político, económico, de defensa, tecnológico) entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las pretensiones e intereses». De esta manera se concreta la «limitación del poder» y se evitan los abusos.
En esta receta pensada para conseguir un mundo mejor, el Pontífice relacionó la custodia de la naturaleza con la lucha contra la pobreza. Lamentó que el «mal ejercicio del poder» provoque hoy dos víctimas principales: «El ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos». Frente a estos abusos reclamó un «derecho del ambiente». «Cualquier daño al ambiente es un daño a la humanidad», advirtió el Papa. «El abuso y la destrucción del ambiente van acompañados por un imparable proceso de exclusión».
Frente a este negro escenario, Francisco pidió lo que ya había exigido en otras ocasiones: el fin de la «crisis ecológica» y «techo, trabajo y tierra» para todos. También «libertad del espíritu, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y los otros derechos cívicos». Estos condicionantes deben incluir a las «minorías étnicas y religiosas», cuya persecución denunció en Oriente Medio y el norte de África. Lamentó en particular la exclusión que sufren algunos colectivos por su fe, como ocurre en particular con los cristianos.
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