Iglesia Católica
El Papa insta a los obispos a oír «los gritos del mundo»
Recuerda en la misa de clausura del Sínodo que «cuando la fe no sabe radicarse en la vida de la gente crea otros desiertos»
Tras consultar con un cuestionario a los católicos, celebrar dos asambleas en el Vaticano y tener a 300 obispos durante cinco semanas reflexionando y debatiendo, Francisco puso ayer punto final al Sínodo de la Familia con la misa que presidió en la basílica de San Pedro y que fue concelebrada por los cardenales, patriarcas, prelados y sacerdotes que han participado en el encuentro sinodal. La ceremonia se celebró en un ambiente de satisfacción por la conclusión de los trabajos y por la buena acogida del documento final de la asamblea presentado el pasado sábado. Francisco logró superar la división inicial entre algunos padres sinodales para sacar adelante un texto que no toca la doctrina, pero que actualiza la forma con que la Iglesia responde a algunos de los grandes problemas que afrontan hoy las familias.
Recordando cuál es para él el pilar de la fe cristiana, el Papa les dijo a los padres sinodales que «hoy es tiempo de misericordia», afirmando que las situaciones de miseria y de conflicto «son para Dios ocasiones de misericordia». El Sínodo es una representación de la actitud de Jesús, quien desea «escuchar nuestras necesidades» y pretende establecer «un coloquio con cada uno de nosotros sobre la vida, las situaciones reales, que no excluya nada ante Dios». Quienes siguen a Jesús están llamados a transmitir al resto de personas esta actitud de Cristo. «Especialmente hoy», dijo Francisco, deben «poner al hombre en contacto con la misericordia compasiva que salva». Ofrecerán así una gran ayuda a sus semejantes, pues «sólo el encuentro con Jesús da al hombre la fuerza para afrontar las situaciones más graves». Podrán hacerlo gracias a que los creyentes han experimentado «la acción salvífica de Dios en la propia vida». «Y nosotros, los pastores», añadió, «hemos experimentado lo que significa sembrar con fatiga, a veces llorando, alegrarnos por la gracia de una cosecha que siempre va más allá de nuestras fuerzas y de nuestras capacidades».
El Papa advirtió del riesgo de «permanecer sordos a los gritos y los problemas del mundo». Y señaló dos «tentaciones». La primera es caer en una «espiritualidad del espejismo», que consiste en «caminar a través de los desiertos de la humanidad sin ver lo que realmente es, sino lo que a nosotros nos gustaría ver». Cuando la fe no sabe radicarse en la vida de la gente, subrayó, «permanece árida y, en lugar de oasis, crea otros desiertos». La segunda es la de caer en una «fe de mapa». «Podemos caminar con el pueblo de Dios, pero tenemos nuestra hoja de ruta, donde entra todo: sabemos dónde ir y cuánto tiempo se tarda. Todos deben respetar nuestro ritmo y cualquier inconveniente nos molesta», comentó. Esta actitud va en contra de lo que predicó Jesús, quien «quiere incluir, especialmente a quien está relegado al margen y le grita».
Al final de su sermón, dio las gracias a los padres sinodales por su trabajo. «Hemos caminado juntos», «con la mirada puesta en el Señor y en los hermanos, en busca de las sendas que el Evangelio indica a nuestro tiempo para anunciar el misterio de amor de la familia». Les invitó a continuación a que «sigamos por el camino que el Señor desea», pidiéndole a Dios una mirada «sana y salvada, que sabe difundir luz». Concluyó invitando a los católicos a que no se dejen nunca «ofuscar» por «el pesimismo y por el pecado» y que busquen y sean capaces de ver «la gloria de Dios que resplandece en el hombre viviente».
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