Relaciones EEUU/Cuba
Francisco roba el show
Uno de los sueños del zapaterismo era pilotar entre bastidores la transición en Cuba y, con la llegada del venerado Obama a la presidencia de Estados Unidos – a Zapatero se le caía la baba con su « complicidad» con Barack–, ofrecerse como mediador en las tensas relaciones entre Washington y La Habana. Vanas ilusiones; el idilio Zapatero-Obama no se consumó a pesar de los requiebros del español, recordemos su inmortal frase: «No pienses lo que Obama puede hacer por ti, piensa en lo que tú puedes hacer por Obama», el americano no nos visitó y sigue sin hacerlo. Estados Unidos tenía otros potenciales mediadores más adecuados y la situación no estaba madura para el deshielo entre esos países americanos.
El papa Francisco le ha robado el show a nuestro ex presidente y a otros muchos en este tema y en otros. La conjunción del instante y la persona era la adecuada. Obama ha tenido tiempo, ya en su segundo mandato, de percatarse de que la larga ruptura con los Castro y el embargo no habían logrado cambiar al régimen cubano en medio siglo y tanto él como los dirigentes de la isla vieron en el Papa –progre, del sur, que no se casa con nadie en la escena internacional, propagandista del diálogo– la persona oportuna para acercarlos. Por otra parte, la diplomacia vaticana siempre ha tenido reputación de discreta, lo es, y, sin exagerar, de eficaz. Por último, Francisco, modesto y nada pedante, no iba a pavonearse ni a sacar réditos electorales.
Es posible que en estos momentos otro dirigente con prestigio habría logrado algo parecido. Obama necesita dejar un legado y Raúl Castro puede vender, sin alterar mayormente su control sobre los cubanos, que, al final, el «imperialismo» ha tenido que aceptarlo. Pero no hay duda de que el Papa ha sido la persona oportuna en el momento oportuno. El Pontífice seguirá sorprendiendo: ha publicado una encíclica rotunda sobre el medio ambiente, apuntado que está a favor del acuerdo nuclear con Irán; invitó a orar juntos a Shimon Peres y a Abbas: tiró levemente de las orejas en público al presidente paraguayo Horacio Cartes, y en Bolivia, donde le sorprendió sin gusto el regalo del crucifijo con la hoz y el martillo que le hizo el insólito Evo Morales, manifestó que el capitalismo desenfrenado es «la basura del diablo».
Sus posicionamientos tienen clara repercusión internacional y lo sabe. Acusado de apuntalar el castrismo, Francisco deberá calibrar lo que dice en Cuba. Los críticos opinan que no ha conseguido aumentar el número de católicos en la isla y que Raúl está encantado de fotografiarse con él y de dejar que hable cerca de una gran foto del Che. Con todo, la Iglesia cubana, alguno de cuyos obispos piensa que el Papa es excesivamente complaciente con el régimen, se ha consolidado como un interlocutor en el país. Y Roma juega a largo plazo. Recordemos que Juan XXIII, a semejanza de nuestro Francisco Franco, decía que con Cuba no había que romper diplomáticamente. El Papa, pienso, no defraudará en sus intervenciones. Habrá cal y arena, reconocimiento de algún logro del sistema y quejas no siempre veladas a las carencias.
Más expectativas suscita su visita a Estados Unidos y a la ONU, donde será recibido como un superstar; el Gobierno yanqui, que dice haber abortado un planeado acto terrorista, ha prohibido el uso de los aviones abejorro en los lugares que frecuentara y los 40.000 billetes, sorteados entre católicos para el acto en Central Park ya se venden a 300 dólares El Papa, según sus allegados, alberga, como latinoamericano, sentimientos encontrados hacia Estados Unidos. Una mezcla de desconfianza por aspectos de su política y de admiración por su capacidad de crear desarrollo y empleo. Aunque un sector político lo ve con obvia prevención, los estadounidenses, en general, sienten clara admiración por él, 62 por cien hoy, aunque las impresiones favorables bajaron debido a su condena de la influencia humana en el cambio medioambiental y su denuncia de «la idolatría del dinero». Allí, la Iglesia también ha perdido adeptos, aunque la actitud compasiva del Papa con las mujeres que abortaron, su agilizacion de las anulaciones y su condena fulminante de los abusos sexuales de sacerdotes –tema muy sensible en «Yanquilandia»–, pueden hacer volver ovejas al redil.
El principal objetivo del viaje parece ser unir a los católicos estadounidenses en una época de clara división interna incluso a nivel jerárquico. Tarea complicada. Los medios políticos e informativos, con todo, prestarán atención a su intervención en el Congreso. Algún párrafo será incomodo para más de uno. Hablará presumiblemente de la pobreza, de la desigualdad, del racismo, de la emigración y no siempre será diplomático. El impredecible Francisco no tiene pelos en la lengua y habrá –pensemos en el candidato Trump y en la emigración– quien se sentirá aludido. En la ONU, ese día la sala estará atestada no de segundones sino de dignatarios importantes –algo excepcional que sólo consigue el presidente de los Estados Unidos–. Francisco remachará las cuestiones de la desigualdad creciente y del medio ambiente. El Papa no va a lograr una mentalización instantánea y militante de los dirigentes mundiales pero su mensaje, para algunos más convincente que el de Al Gore, seguirá calando en la opinión pública al ser aireado por los comentaristas.
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