El sucesor de Benedicto XVI
Hoy prometo mi incondicional reverencia al futuro Pontífice
Con gran alegría os acojo y os ofrezco mi más cordial saludo. Mi agradecimiento al cardenal Angelo Sodano que, como siempre, ha sabido interpretar los sentimientos de todo el Colegio.
Con gran alegría os acojo y os ofrezco mi más cordial saludo. Mi agradecimiento al cardenal Angelo Sodano que, como siempre, ha sabido interpretar los sentimientos de todo el Colegio: «Cor ad cor loquitur». Gracias eminencia de corazón. Y quisiera decir, recogiendo la referencia a la experiencia de los discípulos de Emaús, que también para mi ha sido una alegría caminar con vosotros estos años en la luz de la presencia de Cristo resucitado. Como dije ayer a los millones de fieles que llenaban la plaza de San Pedro, vuestra cercanía y vuestro consejo han sido de gran ayuda en mi Ministerio.
En estos ocho años hemos vivido con fe momentos bellísimos de luz radiante en el camino de la Iglesia y momentos en los cuales algunas nubes se han concentrado en el cielo. Hemos intentado servir a Cristo y a su Iglesia con amor profundo y total, que es el alma de nuestro Ministerio. Hemos dado esperanza, la que nos llega de Cristo, el único que puede iluminar el camino.
Juntos podemos agradecer al señor que nos ha hecho crecer en la comunión y juntos pedirle que nos ayude a crecer todavía más en profunda unidad, para que el Colegio de Cardenales sea como una orquesta, donde las diferencias (símbolo de la Iglesia Universal) contribuyan siempre a la armonía superior.
Quiero dejaros con un pensamiento sencillo que aprecio mucho; un pensamiento sobre la Iglesia, su Ministerio, que supone para todos nosotros la razón y la pasión de la vida. Me valgo de una expresión de Romano Guardini escrita en el año en el que los padres del Concilio Vaticano II aprobaron la Constitución «Lumen Gentium» con una dedicatoria personal hacia mí, motivo por el cual las palabras de este libro me son particularmente queridas.
Dice Guardini: «La Iglesia no es una institución ideada y construída en una mesa, sino una realidad viviente... Ella vive a través del tiempo, como todo ser viviente, transformándose... Y aún con todo, su naturaleza permanece la misma, y su corazón es Cristo».
Ha sido nuestra experiencia, ayer, me parece en la plaza: ver que la Iglesia es un cuerpo vivo, animado por el Espíritu Santo y que vive realmente de la fuerza de Dios. Ella está en el mundo, pero no es el mundo. Es de Dios, de Cristo, del espíritu. Lo hemos visto ayer. Por esto es verdadera y elocuente también otra famosa expresión de Guardini: «La Iglesia se despierta en las almas».
La Iglesia vive, crece y se despierta en las almas, que, como la Virgen María, acogen la palabra de Dios y la conciben por obra del Espíritu Santo; ofrecen a Dios su propia carne y, en su pobreza y humildad, son capaces de traer a Cristo hoy al mundo. A través de la Iglesia, el Misterio de la Encarnación sigue presente para siempre. Cristo continúa caminando a través de los tiempos y los lugares.
Seguimos unidos, queridos hermanos, en este Misterio: en la oración, especialmente en la eucaristía cotidiana, y así servimos a la Iglesia y a la humanidad entera. Ésta es nuestra alegría, que nadie nos puede quitar.
Antes de despediros personalmente, deseo deciros que continuaré con vosotros en la oración, especialmente los próximos días, para que seáis completamente dóciles a la acción del Espíritu Santo en la elección del nuevo Papa. Que el Señor os enseñe lo que Él quiere. Y entre vosotros, entre el Colegio Cardenalicio, está el futuro Papa al cual desde hoy prometo mi incondicional reverencia y obediencia. Por esto, con afecto y agradecimiento, os doy de corazón la Bendición Apostólica.
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