Abusos a menores
La cruzada de dos papas contra la pederastia
Con la elección de Bergoglio se dio una continuidad a la reforma y renovación emprendida por Benedicto XVI, que fue el pontífice que más medidas tomó contra los abusos en la Iglesia.
Suele decirse que sin Juan Pablo II no puede entenderse el pontificado de Benedicto XVI, y sin éste, el de Francisco. También en la cuestión de los abusos sexuales dentro de la Iglesia existe una continuidad en la respuesta, aunque fue durante los ocho años de Ratzinger como Papa cuando se empezaron a colocar las bases a la «tolerancia cero» ante estos casos, a asumir, como dijo recientemente Francisco, que «la verdad es la verdad, y no podemos esconderla».
La cruzada de Benedicto XVI contra los abusos a menores comenzó cuando era el cardenal prefecto de Doctrina de la Fe, el organismo vaticano que se encarga de investigarlos. Desde esa posición, conociendo los casos, forjó esta actitud firme de erradicarlos, de apartarlos de la Iglesia. Y aunque probablemente ha sido el Pontífice que más medidas ha tomado en este sentido, también es cierto que ha sufrido una de las mayores crisis en 2010 después de que salieran a la luz casos en Estados Unidos, Bélgica, Reino Unido, Irlanda. Precisamente, en este último país, donde la Iglesia ha sido golpeada duramente por las acciones de algunos de sus miembros, se habían conocido un año antes informes que documentaban numerosos abusos por parte de clérigos junto con el encubrimiento de algunos obispos que luego serían removidos de sus puestos. Este escándalo provocó que Benedicto XVI enviara, el 19 de marzo de 2010, una larga carta a los católicos del país, que comenzaba así: «Estoy profundamente consternado por las noticias que han salido a la luz sobre el abuso de niños y jóvenes vulnerables por parte de miembros de la Iglesia en Irlanda, especialmente sacerdotes y religiosos. Comparto la desazón y el sentimiento de traición que muchos de vosotros habéis experimentado al enteraros de esos actos pecaminosos y criminales y del modo en que los afrontaron las autoridades de la Iglesia en Irlanda».
En una carta que pasará a la historia por su trascendencia y que algunos expertos consideran que es perfectamente aplicable a cualquier país, reconoce «la gravedad de los delitos» y «la respuesta a menudo inadecuada que han recibido por parte de las autoridades eclesiásticas», al tiempo que muestra su cercanía y les propone «un camino de curación, renovación y reparación».
«En realidad, como han indicado muchas personas en vuestro país, el problema de abuso de menores no es específico de Irlanda ni de la Iglesia. Sin embargo, la tarea que tenéis ahora por delante es la de hacer frente al problema de los abusos ocurridos dentro de la comunidad católica de Irlanda y de hacerlo con valentía y determinación. Que nadie se imagine que esta dolorosa situación se va a resolver pronto. Se han dado pasos positivos, pero todavía queda mucho por hacer. Se necesita perseverancia y oración, con gran confianza en la fuerza sanadora de la gracia de Dios», escribió entonces, en una misiva que incluye mensajes directos a las víctimas, a los abusadores, a los padres, a los niños y jóvenes y a los obispos.
Fue esta carta un punto de inflexión en ese año tan complicado y tan importante para la lucha contra los abusos sexuales a menores en el seno de la Iglesia. Benedicto XVI continuó durante sus viajes encontrándose con las víctimas. Lo había hecho, por sorpresa, en 2008 durante su visita a Estados Unidos y lo repetiría en viajes a Malta, donde uno de las víctimas contó que el Pontífice había llorado, o en Reino Unido, entre otros.
También en 2010 se hizo pública la «Guía para comprender los procedimientos fundamentales de la Congregación para Doctrina de la Fe», que mostraba los pasos a seguir en caso de que se produjeran abusos, al tiempo que se endurecieron las «Normas sobre los delitos más graves».
En 2011, además, la Santa Sede enviaría a las Conferencias Episcopales de todo el mundo unas «Líneas Guía» para abordar los abusos sexuales cometidos por clérigos, en las que señala la importancia de que el obispo esté a disposición de las víctimas para escucharlas y encontrarse con ellas. Del mismo modo, recomienda establecer medidas para la protección de los menores, cuidar la formación y el acompañamiento de los sacerdotes y de aquellos que se preparan para ello, y la cooperación con las autoridades civiles.
Tampoco fueron pocos los discursos, textos, reuniones, audiencias en las que el Pontífice alemán abordó esta dura realidad. «También nosotros pedimos perdón insistentemente a Dios y a las personas afectadas, mientras prometemos que queremos hacer todo lo posible para que semejante abuso no vuelva a suceder jamás; que en la admisión al ministerio sacerdotal y en la formación que prepara al mismo haremos todo lo posible para examinar la autenticidad de la vocación; y que queremos acompañar aún más a los sacerdotes en su camino, para que el Señor los proteja y los custodie en las situaciones dolorosas y en los peligros de la vida», diría en la clausura del Año Sacerdotal, en junio de 2010.
Con la renuncia de Benedicto XVI y la decisión de los cardenales de elegir sucesor al cardenal Jorge Mario Bergoglio dio continuidad a la reforma y renovación de la Iglesia en éste y en otros aspectos. Con el estilo y la cercanía que le caracterizan, se mostró igualmente cercano a las víctimas y contundente en la condena. La llamada el pasado agosto al joven que sufrió abusos en Granada es ejemplo de ello, como lo es también que hubiese invitado, un mes antes de esa comunicación, a jóvenes víctimas a participar en una misa en Santa Marta. La homilía de ese día está colgada en el apartado dedicado a la cuestión de los abusos en la página web del Vaticano. «Desde hace tiempo siento en el corazón el profundo dolor, sufrimiento, tanto tiempo oculto, tanto tiempo disimulado con una complicidad que no, no tiene explicación, hasta que alguien sintió que Jesús miraba, y otro lo mismo y otro lo mismo... y se animaron a sostener esa mirada», afirmó Francisco.
El Pontífice calificó de «crimen y grave pecado» los casos de abusos y mostró su dolor diciendo que «hoy el corazón de la Iglesia mira los ojos de Jesús en esos niños y niñas y quiere llorar. Pide la gracia de llorar ante los execrables actos de abuso perpetrados contra menores. Actos que han dejado cicatrices para toda la vida». También pidió perdón por los abusos cometidos y por la omisión por parte de líderes de la Iglesia «que no han respondido adecuadamente a las denuncias, que lleva a un sufrimiento adicional y puso en peligro a otros menores». «No hay lugar en el ministerio de la Iglesia para aquellos que cometen estos abusos, y me comprometo a no tolerar el daño infligido a un menor por parte de nadie, independientemente de su estado clerical. Todos los obispos deben ejercer su servicio de pastores con sumo cuidado para salvaguardar la protección de menores y rendirán cuentas de esta responsabilidad», añadió.
Otra de las grandes contribuciones de Francisco ha sido la institución, dentro de la Congregación de Doctrina de la Fe, de un grupo de siete obispos o cardenales que ayuden a dar una respuesta más rápida a los recursos presentados por los delitos más graves, entre los que están los de abusos sexuales a menores.
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