Ciudad del Vaticano
«Los santos no son ni superhéroes, ni nacieron perfectos»
Hacía 20 años que un Papa no visitaba el Cementerio del Verano, el más emblemático de Roma. Con la misa que presidió ayer, festividad de Todos los Santos, en la explanada frente a la entrada del camposanto, Francisco recuperó la tradición que Juan Pablo II cumplió por última vez en 1993. Acompañado por el cardenal vicario de Roma, Agostino Vallini, entre otros prelados, y ante los miles de fieles que se agolpaban para verle y participar en la Eucaristía, el Pontífice aprovechó el momento del día en que se encontraba (estaba a punto de ponerse el sol) para pedir a los católicos que pensasen cómo será «el ocaso de sus vidas».
«Todos nosotros tendremos un ocaso, ¡todos!», recordó, invitando a continuación a preguntarse por la disposición con que se afrontará el momento de la muerte. «¿Será con esperanza? ¿Con la alegría de ser acogido por el Señor? Este es un pensamiento cristiano que nos da paz». La jornada de ayer, víspera del Día de los Difuntos, era un momento «de alegría serena, tranquila, de la alegría de la paz», aseguró. Pidió a continuación Francisco a los presentes que pensasen en «todos los hermanos y hermanas que nos han precedido», en cómo se sentirán los vivos de hoy al seguir los pasos de los de ayer y a hacerse la siguiente pregunta: «¿Dónde está anclado mi corazón?», si no estuviera bien anclado, anclémoslo allí, en aquella orilla, sabiendo que la esperanza no defrauda, que el Señor no defrauda».
Francisco se sirvió de esta imagen recordando que los primeros cristianos la utilizaban para representar la esperanza, «como si la vida fuera el ancla echada en la orilla del Cielo y todos nosotros nos dirigiéramos hacia allí agarrados a la cuerda del ancla». Ahondó en esta «bella imagen de la esperanza» para animar a los católicos a «tener el corazón anclado allí donde están nuestros antepasados, donde están los santos, donde están Jesús y Dios». La mayor esperanza de los fieles ha de ser «intentar parecerse a Dios», lo que permite «ampliar el alma». Gracias a la esperanza, subrayó, se superan los «momentos difíciles de la vida» y se puede mirar hacia adelante.
Durante la oración del Ángelus que dirigió en el mediodía de ayer desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano, Francisco dedicó la mayor parte de su alocución a hablar de los santos y de cómo todos los bautizados están llamados a seguir sus pasos. Desmitificó sus figuras al decir que los santos «no son superhéroes» ni «nacieron perfectos». «Son como nosotros, personas que antes de alcanzar la gloria del cielo tuvieron una vida normal, con alegrías y dolores, fatigas y esperanzas. ¿Y qué cambió sus vidas? Cuando conocieron el amor de Dios, lo siguieron con todo su corazón, sin condiciones ni hipocresías, dedicando la vida al servicio del prójimo, soportando sufrimientos y adversidades sin odiar, y respondiendo al mal con el bien, difundiendo la alegría y la paz».
También ayer, en la celebración del Día de Todos los Santos, el Papa Francisco se acordó de los más débiles, en particular de los inmigrantes africanos que se dejan la vida tratando de llega a Europa. Al final de la misa que presidió en la entrada del Cementerio del Verano de Roma y tras la bendición de las tumbas, dedicó una oración especial «a todos nuestros hermanos» que en los últimos días murieron «mientras buscaban una liberación, una vida más digna». «Hemos visto las fotografías, la crueldad del desierto, hemos visto el mar donde tantos se han ahogado. Recemos por ellos». A continuación se acordó igualmente de los que han logrado sobrevivir a estos terribles viajes y que «en este momento están en los centros de acogida, amontonados, esperando que los trámites legales se aceleren para poder irse a otro lugar, más cómodos, a otros centros de acogida».
Una oración por todos
A mediodía, en su alocución durante la oración del Ángelus que dirigió desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, Francisco también pidió una oración en silencio por los «hombres, mujeres y niños que han muerto de sed, hambre y cansancio en el trayecto para alcanzar unas mejores condiciones de vida». El Papa se refería a los 87 inmigrantes –48 niños, 32 mujeres y 7 hombres– cuyos cuerpos sin vida fueron hallados el miércoles por el Ejército de Níger en el desierto, a pocos kilómetros de la frontera argelina. Llevaban muertos desde principios del mes de octubre. El lunes fueron encontrados otros 35 cadáveres, en su mayoría niños.
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